No hay duda -dudo, luego soy- lo hospitalaria que ha sido la música con la cinematografía, y no solamente cuando el cine carecía de sonido, y un piano anexo a la pantalla aumentaba con la melodía el interés por lo proyectado. Incluso cuando el sonido es imprescindible en el rodaje de un filme, la música sostiene, da más autenticidad a lo filmado. Esto viene a cuento por los años que llevan de convivencia la Orquesta Sinfónica de Castilla y León y la Semana Internacional de Cine de Valladolid (Seminci). Una unión que este este año vuelve a uncir la proyección de la película muda El viento (The Wind), 1928, de Victor Sjöström y la cohorte sinfónica con la interpretación en directo de la partitura creada para la película en 1983 por Carl Davis. 80 minutos de cuerdas, percusión, teclados y címbalo, dirigida por Christian Schumann. Para uno de los dramas mejor realizados, con una espléndida actuación de Lillian Gish (Oscar honorífico en 1971), del cine mudo, de la Metro- Goldwyn – Mayer, en una versión restaurada por el Museo de Arte Moderno de Nueva York (MOMA) en edición digital 4 K. Dicho lo anterior, he comprobado en directo lo afirmado, y la armonía y sincronización de orquesta y proyección me ha deleitado en grado sumo en el Auditorio Miguel Delibes de Valladolid. Una pena que tengamos que esperar un año para comprobar cómo la música, en esta ocasión en directo, enriquece la imagen.
Cuando termina el festival, al repasar lo visto y lo dejado de ver siempre te queda el remusguillo de no haber elegido del todo bien la selección, quizá un poco apresurada, mas haces balance positivo de lo que te ha tocado. Algo de lo que te sigues dando cuenta es de que la novela continúa siendo manantial de guiones Este aviso viene a cuento por la adaptación que de la novela Tres cuencos (Altamarea) de Michela Murgia, con traducción de Carlos Clavería Laguarda, ha hecho Isabel Coixet. Cierto que la directora siente admiración por quien para ella es “una de las más influyentes de la literatura italiana contemporánea”, como escribe en el prólogo del libro en cuestión. Con el título Los tres adioses, la realizadora Coixet inaugura la 70.ª edición de la Seminci. Que maltrata las doce historias que conforman el texto sería mucho decir, pero no podemos negar que, lector, lea el libro y después si le place, compruebe si la realidad del libro no supera la ficción de la película. En el metraje se nota el respeto que la cineasta siente por la autora Michela Murgia, quien falleció el 10 de agosto del 2023 de un cáncer de riñón. Si esto a lo que aludimos ocurrió en la gala inaugural, algo muy parecido sucede en la película que cierra el Festival, Siempre es invierno, aunque en esta ocasión aplicamos el dicho:” Yo me lo guiso, yo me lo como”. Pues David Trueba es el director de la película y ha tenido la osadía de “guionar” su propia novela que, en el mercado (Anagrama), titula Blitz. De esta manera se pueden evitar discrepancias entre el original y el remedo.
Entre Los tres adioses y Siempre es invierno, un ingente número de largometrajes, cortometrajes, charlas, mesa redonda sobre La Controversia de Valladolid (del 15 de agosto de 1550 al 4 de mayo de 1551). Diálogos Dama, exposiciones, literatura y cine, encuentro de mujeres cineastas, etc. Pero lo primordial es encontrar a los ganadores de tanto repertorio. El primer laureado es la propia Semana Internacional de Cine, cuyo comportamiento ha sido notable en la fausta 70.ª edición, y, ahora, hablemos de los galardones de las Espigas, las mieses del triunfo. Antes quiero reivindicar una protesta, nada nueva en mis comentarios, como seguir rotulando Premio Miguel Delibes al mejor guion, a algo que tan poco literario como son los guiones lleve el nombre de uno de los mejores escritores en lengua castellana. ¿El espectáculo es cultura o la cultura se hace espectáculo? Sigamos. Es posible que el contemplar diferentes películas, Para recibir el canto de los pájaros (1995) del boliviano Jorge Sanginés, Jericó (1990) del venezolano Luis Alberto Lamata o Cabeza de Vaca (1990) de Nicolás Echevarria, que tienen como protagonista la conquista del Nuevo Mundo, desde una visión nada condescendiente respecto al invasor, sea la causa de que pasar casi tres horas, 163´, en una butaca y visionar Magallanes (2025) de Lav Diaz no sea tan satisfactorio. Tengo que decir que pese a mi sentada ha recibido la Espiga de Oro ex aequo con The Mastermind (2025) de Kelly Reichardt, una de las cineastas estadounidenses más afamadas. Película que no he visto y espero por contemplar en salas comerciales.
Sin aburrir con premios, anoto dos largometrajes iguales en la diferencia. Me explico, contar el mismo deseo en dos etapas muy disímiles de la vida, desligarse de las obligaciones sociales, gubernamentales. La primera, Premio del Jurado Joven, es Sendero azul (2025) de Gabriel Mascaro, quien define con claridad lo que expresa: “Una película basada en el deseo y la posibilidad de soñar”. En esta historia, la soñadora es una anciana que se opone a que utilicen su vejez para un fin que ella no quiere y se escapa. La segunda, sin premio alguno pero que contará con una amplia distribución, es Leo & Lou (2025), la huida de un orfanato, una niña de diez años no quiere seguir las indicaciones que le dan en la escuela y sin decir adiós busca su sueño. Si la señora encuentra amparo en una contemporánea, la jovencita se cruza con un nada recomendable salvador. El director Carlos Solano nos cuenta sin cansado metraje un divertido filme. En fin, los extremos se tocan.
Poco más quiero decir, salvo despedirme de una clásica manera hasta el año que viene Mucha mierda.