Los aeropuertos se han convertido en un espacio bastante común por el que se desplazan millones de personas a diario en todo el mundo, como si fueran estaciones de trenes o terminales de autobuses. Pero sabemos que no son iguales: las normas de seguridad son más estrictas, los vehículos se separan de la tierra y el equipaje tiene un manejo diferente y un poco más complicado.
Quizás la parte más enrevesada de los grandes aeropuertos está constituida por la red logística que maneja los equipajes, donde espacios completamente mecánicos y robotizados interactúan con personal humano en distintos niveles. También donde no es raro que de vez en cuando se extravíen maletas y otras cargas más delicadas, como la que mencionamos a continuación.
Una mascota perdida en Buenos Aires
Esta historia comienza el 22 de octubre de 2019, en uno de los aeropuertos que sirven a la ciudad de Buenos Aires, Argentina. Esa madrugada, una mujer iba a viajar en un vuelo de Iberia con destino a Barcelona, en compañía de su madre y de su perra, una mascota que, por su tamaño, no podía viajar en el espacio destinado a los pasajeros.
La perra se llamaba Mona, y era muy buena escapando. Cuando el avión hubo partido, el personal de Iberia logró capturarla en los alrededores de la pista, y avisaron a un familiar en Buenos Aires, un hermano de la mujer, para que fuera a buscarla. Pero cuando este llegó le informaron que Mona había escapado nuevamente y, desde entonces, no volvió a aparecer.
En el primer escape, Mona logró romper las costuras del transportín y salir por una abertura, y la segunda fuga se produjo después de morder el brazo y la cara de un operario. La dueña exigió a Iberia una compensación de 5.000 euros por haber extraviado la mascota y por el daño moral, y la empresa argumentó que solo estaba obligada a pagar lo que se estipula cuando se extravía un equipaje.
De dilema moral a dilema legal: una mascota es una maleta
El caso pasó a tribunales, y a lo largo de estos 6 años ha ido escalando hasta llegar al Tribunal de Justicia de la Unión Europea, donde los jueces fallaron a favor de la compañía aérea. Señalaron que un animal puede ser considerado como equipaje a menos que el dueño o la empresa acuerden algo diferente antes del vuelo.
El argumento de Iberia desde el principio fue que la empresa nunca negó su responsabilidad en el extravío de Mona, y que estaba dispuesta a pagar el máximo estipulado cuando se extravía una maleta, que son 1.600 euros. Todo ello de acuerdo con lo previsto en el Convenio de Montreal (sobre el daño o la pérdida de equipaje en vuelos internacionales).
Para el máximo tribunal, más allá de tratarse de una mascota, en este caso su manejo era el mismo que el correspondiente al equipaje, y por tanto Iberia está en lo correcto al indemnizar a la dueña como si hubiera perdido una maleta. Esta decisión deja claro para el resto de las aerolíneas, no solo para Iberia, que si un animal se extravía o sufre otro percance mientras es manipulada como equipaje, la indemnización será la misma que la establecida para el daño o extravío de equipaje.
Otras implicaciones
Otra hubiera sido la historia si la dueña hubiera acordado antes con la empresa que se trataba de un “equipaje” especial. En estos casos, los pasajeros pueden hacer un pago adicional, para asegurar un manejo más cuidadoso de la carga y garantizar una compensación mayor en caso de presentarse algún problema.