La historia de la humanidad muestra que en todos los tiempos las generaciones adultas han cargado con la responsabilidad de integrar a los jóvenes. Los mayores se han ocupado siempre de abrir caminos, proteger horizontes y crear oportunidades adecuadas a las características de los que vienen detrás. Esta responsabilidad es estructural. Cada generación adulta tiene el poder de modelar las condiciones materiales y culturales que permitirán que la juventud asuma sus nuevos roles en el mundo adulto. Ese es un poder que incluye el deber de abrir puertas.
Llegado el siglo XXI, parece existir un desencuentro entre esta responsabilidad de los adultos y la integración de los jóvenes. Las brechas entre generaciones se han ampliado, y resulta compleja la trama de las interrelaciones.
Se habla mucho de preparar a las jóvenes para el futuro, pero se desconoce que necesitan un presente. Abundan los discursos paternalistas y las políticas estatales protegen más los intereses de los adultos que los derechos de los jóvenes. Mientras tanto, no tienen real acceso a vivienda, empleo estable, salud mental, tiempo libre, y viven en la precariedad.
¿Falta compromiso y responsabilidad de los jóvenes en el trabajo?
La falta de compromiso y de responsabilidad de los jóvenes es una queja frecuente en los empleadores. Muchas empresas padecen de una rotación laboral entre los jóvenes que parece no tener fin. Cambian frecuentemente de empresa en busca de mejores condiciones de trabajo. El economista Gonzalo Bernardos explica que duran poco tiempo en un empleo, que enseguida se van. Según el técnico, el salario, el tipo de trabajo y el respaldo de la familia son causas de esta situación. Vivir es caro, y los sueldos de los jóvenes están muy por debajo de sus expectativas.
Sin embargo, muchos sociólogos opinan que el problema está en que existe una perspectiva diferente en la visión del compromiso entre los adultos y los jóvenes. Lejos de mostrarse desinteresados, muchos jóvenes se involucran profundamente con su labor cuando encuentran sentido, reconocimiento y coherencia entre sus valores y creencias y las tareas que desempeñan.
Por lo tanto, no es falta de compromiso. Es necesaria una redefinición de lo que significa comprometerse. Esta generación de jóvenes vive en un contexto marcado por la precariedad laboral, la automatización y la incertidumbre. En lugar de resignarse a lo que se les ofrece, muchos aspiran a trabajos que les permitan la adaptabilidad, autonomía, posibilidad de aprender constantemente. Es decir, buscan un empleo que conecte con sus convicciones personales.
Por eso, cuando se sienten escuchados, cuando participan en decisiones, cuando perciben que se los valora y que su esfuerzo tiene consecuencias reales, su nivel de compromiso puede ser extraordinario. Sin embargo, no se puede exigir compromiso sin reciprocidad. Si la retribución al compromiso es la inestabilidad y la invisibilidad, no estarán satisfechos y marcharán en búsqueda de una mejor oportunidad.
¿Cómo viven las empresas la alta rotatividad de los empleados jóvenes?
La postura de las empresas es la de atribuir toda la responsabilidad a los jóvenes. Por eso, cuando un empleado se va, contratan a otro, a veces sobre calificado para la función. Pero no se plantean mejorar las condiciones para retener el talento. Y se genera un círculo vicioso. Los jóvenes no se esfuerzan porque las condiciones no merecen la pena. No se los anima al crecimiento, no se los conquista, no se satisface ninguna de sus expectativas.
Bernardos considera que hay que ofrecerles un futuro. De esta forma, la empresa contará con trabajadores satisfechos y motivados que mejorarán la productividad.
Pensar en mejoras para los empleados es invertir en la propia empresa. Si se logran condiciones que respondan a los valores de las generaciones actuales, automáticamente se generará el compromiso. Entonces sí, la generación adulta cumplirá con su función social de todos los tiempos: abrir oportunidades que se adecuen a las generaciones jóvenes.
