El hambre es una sensación fisiológica esencial, como la sed, un aviso que nos envía el cuerpo para que busquemos maneras de reponer energía y de incorporar nutrientes necesarios para seguir funcionando, y cuando aparece exige atención inmediata. En general, porque sigue habiendo terribles e injustificables excepciones, los seres humanos han logrado construir un mundo en el que el hambre fisiológica es más o menos fácil de satisfacer. En España, por ejemplo, es relativamente fácil compensar el hambre fisiológica, y también la otra, de la que vamos a hablar a continuación.
No siempre es el estómago el que exige atención
Son las cuatro de la tarde, solo han pasado algunas horas desde que hicimos una pausa para comer, y de golpe sentimos la necesidad urgente de comer algo, dulce o salado. Incluso sucede esto a media mañana, tras un buen desayuno. Es un hambre que nada tiene que ver con carencias fisiológicas, y tampoco es un pedido que viene realmente del estómago, sino de un órgano que se encuentra un poco más arriba.
Es lo que llamamos hambre emocional, para diferenciarla de la necesidad diaria de reponer nutrientes y energías, que generalmente cubrimos con las comidas principales. Esta otra necesidad repentina de comer algo está más relacionada con la exigencia de hacernos una atención especial, es decir, de alimentar esa parte de nuestro ser que no es completamente físico, pero es igual de importante.
Se habla de hambre emocional cuando necesitamos comer para aliviar la ansiedad, para bajar la presión en situaciones de estrés, como respuesta a un momento de depresión o de desánimo. En definitiva, cuando comemos para compensar la soledad o la falta de afecto. En general, cada vez que comemos fuera de horario y sin tener verdaderamente hambre “física”, es probable que sea hambre emocional, aunque esta es tan “real” como la fisiológica, tal y como señala la psicóloga Ana Morales:
“Porque si estás hecha polvo y te tiras a por media tableta de chocolate, esa hambre también se siente muy real. Solo que no nace del estómago, sino de dentro. No es física, sino emocional. Pero empuja igual, arrastra igual… y, si la ignoras, grita más fuerte”.
Causas del hambre emocional
El nombre que damos a esta situación alude directamente a lo que lo causa: tenemos hambre porque tenemos una necesidad emocional, que en determinados momentos creemos que podemos compensar comiendo. En estos casos, la comida nos proporciona alivio y consuelo, y quizás es una forma de compensar la falta de afecto y de apoyo emocional. Esto es lo que realmente necesitamos, en vez de ese golpe de azúcar o de grasas que nuestro cuerpo no está requiriendo.
Comemos de forma compulsiva como una manera de controlar situaciones de estrés, o cuando estamos agotados emocionalmente.
Qué hacer en estos casos
En primer lugar, es importante saber diferenciar el hambre física del hambre emocional, para saber cómo actuar en consecuencia. Si hemos estado sometidos a un gran desgaste y esfuerzo físico o mental, es natural que el cuerpo nos pida alimentos que proporcionen energía extra. Pero si necesitamos comer fuera de hora porque nos sentimos ansiosos o estresados, tenemos que entender que se trata de otra cosa y no de hambre física.
El hambre emocional puede obstaculizar los esfuerzos por adelgazar, o por no engordar, y generalmente oculta situaciones y problemas que eventualmente vamos a tener que enfrentar. Se trata de un síntoma, un aviso de nuestro cuerpo de que las cosas no están marchando bien, y al que vale la pena prestar atención. Dicho esto, si el cuerpo nos pide un trozo de chocolate de vez en cuando, no hay razones realmente importantes para negárselo.
