Los pueblos y sus culturas son el resultado de sus historias y evoluciones. Estas historias condicionan el desarrollo individual y grupal y el tejido social. Es así que es muy frecuente escuchar hablar con asombro de las diferencias entre el mundo oriental y el occidental. Hoy nos centraremos en el apartado de la educación.
Muchas veces lo que se marca en estas diferencias son aspectos muy concretos que inspiran curiosidad, como la gastronomía o ciertas costumbres. Pero lo cierto es que el tema es mucho más profundo de lo que permite captar una mirada rápida.
Las filosofías que ha sostenido el desarrollo de los pueblos de ambos sectores del mundo han determinado, entre otras cosas, visiones diametralmente opuestas del individuo y de su relación con el grupo social en el que vive.
Este es el punto de partida de concepciones del valor de la familia, el respeto a la jerarquía y a la experiencia que viene con la edad, entre otras. También ha determinado estilos de vida y sistemas de construcción social que condicionan la función que cada persona cumple en el contexto en el que le toca vivir.
En atención a esta realidad, se pueden entender las observaciones comparativas que el joven chino Shun Lin, residente en España, realizó de la educación de su país natal y de España. En su perfil de TikTok @sifushun realizó una publicación en la que confrontó las dos visiones antagónicas.
En efecto, comparar la crianza de un niño en España, y en general en Europa, con la de China, es prácticamente imposible. Son incomparables en sus bases, en los principios en los que ambas se sostienen.
Diferentes formas de ver la vida definen diferencias esenciales en la educación
España y China viven en mundos completamente diferentes. Y esto no alude al planeta sino a los modos esencialmente distintos de ver la vida. La síntesis de estas diferencias es la concepción individualista del país europeo que se confronta a la colectivista que es común al mundo asiático.
El crecimiento en España está basado en la competencia y en el triunfo individual para superar al otro. El crecimiento y desarrollo individual permite que las personas se superen a sí mismas y a las demás y conquisten espacios de éxito en la sociedad.
La competitividad es el valor que impulsa la expansión y el crecimiento en todos los órdenes de la vida. Una realidad que España comparte con la mayor parte de los países europeos.
En China, en cambio, Confucio y la dinastía Zhou han creado un sistema de valores en el que la conciliación y el colectivismo mueven a la sociedad. La familia extendida y el grupo social al que cada persona pertenece están por encima del individuo. Su bienestar y el bien común prevalecen por sobre el interés individual.
Esto no impide que surjan los individualismos. Muchos gobernantes son muestra clara de esto. Pero la mentalidad de los chinos tiende a pensar en los otros antes que en sí mismos.
Sentarse a la mesa: todo un símbolo de esas diferencias
Hay una costumbre que representa muy bien esta diferencia de culturas. Generalmente la mesa para un almuerzo o cena en España es rectangular. Cada comensal se sienta en un lado del cuadrilátero y allí le sirven su plato. Ese plato y su contenido es individual, está destinado a ese comensal.
En China en cambio, las mesas suelen ser circulares. La comida se sirve en bandejas colectivas de las que cada persona se sirve. Los platos son para compartir.
Shun Lin considera que ambas son dos mentalidades muy diferentes, pero no pone a ninguna sobre la otra. Considera que la educación en cada uno de estos países tiene sus fortalezas que pueden ser aprovechadas para que cada persona desarrolle al máximo su potencial.
Entre ambas concepciones existe una especie de equilibrio, que el mundo debería tener en cuenta.
