Troya ocupa un lugar especial en la imaginación de Occidente y, gracias a las obras atribuidas a Homero, la Ilíada y la Odisea, también tiene un lugar destacado en la literatura occidental. Sin embargo, casi todo lo que sabemos sobre los troyanos proviene de estos dos grandes poemas épicos y de otros textos escritos por griegos y romanos.
Pero esto está cambiando gracias a la arqueología, que no ha dejado de excavar en las ruinas de la ciudad desde que Heinrich Schliemann descubrió su localización en 1871. También existen nuevas técnicas, como el uso de sofisticados análisis químicos, que ayudan a conocer un poco más algunos aspectos de la vida cotidiana de hace 4.000 años.
Del vino de los dioses al vino de los mortales
Hasta hace poco existía la creencia de que el vino entre los antiguos griegos y otros pueblos del Mediterráneo no se consumía de la misma manera que en la actualidad: en todos los estratos sociales y en cualquier momento.
Se decía que se trataba de una bebida de las clases privilegiadas, o que solo se consumía en rituales sagrados y eventos especiales.
Esta visión está cambiando rápidamente, gracias al análisis de residuos de vino encontrados en copas troyanas, conocidas como depas amphikypellon, unas copas de arcilla con dos asas que se utilizaban para beber vino. Estos elementos hicieron sospechar, incluso a Schliemann, de que el consumo de esta bebida estaba más extendido de lo que se creía.
Sus sospechas han sido confirmadas gracias a centenares de copas de este tipo en las ruinas de Troya, con una antigüedad comprendida entre el 2500 y el 2000 a.C., y una capacidad de entre 250 ml y 1 litro.
Investigadores de las universidades alemanas de Tubinga, Jena y Bonn analizaron varias de estas copas, donde hallaron residuos de vino, probando que se trataba de una bebida popular, consumida por miembros de todas las clases sociales. Y ello aunque no se ha podido determinar si los esclavos se beneficiaban con el consumo de esta bebida.
Por supuesto, gracias a descubrimientos en otros sitios arqueológicos se conocía la popularidad del vino durante la Edad de Bronce, pero se creía que solo los miembros de la élite lo bebían, y en los templos.
Las copas depas de donde se tomaron los residuos para analizarlos utilizando cromatografía de gases y espectrometría de masa, eran copas comunes encontradas fuera de la ciudadela, y por lo tanto pertenecían al pueblo llano, y no a la aristocracia.
¿Era el vino que tomaban Héctor, Paris, Helena y Aquiles?
Sí y no, los historiadores sitúan la guerra de Troya narrada por Homero, si es que realmente sucedió, alrededor del 1250 a.C., y las copas depas analizadas son, como mínimo, casi 1.000 años anteriores.
Sin embargo, es probable que poco hubiera cambiado en torno al modo griego de beber el vino. Para ellos, beber el vino puro era cuestión de bárbaros, y por lo general lo mezclaban con agua: tres partes de agua por una de vino, aunque no era una regla fija.
El artículo donde se incluyen los resultados de estos análisis se publicó en el American Journal of Archaeology, y en él también se habla de la procedencia del vino que tomaban los troyanos.
La bebida procedía de regiones del Mediterráneo oriental, de zonas del Egeo, pero también de Mesopotamia y otros lugares de Asia Menor.
La variedad de los sitios de origen sugiere la existencia de una gran red comercial hace más de 4.000 años.
Stephan Blum, del Instituto de Prehistoria, Historia Temprana y Arqueología Medieval de la Universidad de Tubinga, comenta que “Heinrich Schliemann ya había conjeturado que la copa depas se pasaba de mano en mano en las celebraciones, tal como se describe en la Ilíada”.
Y no deja de ser emotivo y apasionante este nuevo encuentro entre la historia, la ciencia y la poesía épica.
