Quizás el relato típico que todos conocemos y hemos visto en todos los formatos, desde El Conde de Montecristo, novela folletinesca del siglo XIX, hasta películas como The Shawshank Redemption (Cadena perpetua, 1994), vinculado con los sistemas penitenciarios, siempre está relacionado con intentos de fuga, de escapar de diferentes tipos de prisiones.
Sin embargo, hay un país donde existe una tendencia que va en sentido contrario, y no estamos hablando de relatos de ficción, sino de la vida real. Se trata de personas que hacen todo lo posible por ingresar al sistema penitenciario, aunque no tengan la culpa de nada o de casi nada.
Un delito menor para obtener un poco de justicia social
En Japón se han vuelto frecuentes los crímenes menores cometidos por personas mayores, casi ancianas, no por necesidad o porque estén perturbados de alguna manera, sino con el claro objetivo de ser enviados a un centro penitenciario.
Puede parecer una locura, pero es una manera original de resolver la falta de alimentos, de vivienda y de asistencia social y médica.
Un 20% de las personas mayores en Japón se encuentran en condiciones de pobreza, en una sociedad donde el aislamiento social va en aumento, a pesar de la fama de la sociedad nipona de ser gregaria, y la ayuda social es insuficiente.
Las prisiones se han vueltos espacios atractivos para las personas mayores, pues allí vuelven a ser parte de una comunidad, tienen alojamiento y comida.
En 2022, en Japón un 80% de las mujeres encarceladas estaban allí por haber cometido delitos menores y de ellas un alto porcentaje lo hizo para ser enviada a la cárcel. En palabras de una prisionera de 81 años, Akiyo, que fue juzgada por robar comida, “quizás esta sea la vida más estable para mí”.
Muchas de estas mujeres no solo están allí por razones económicas, sino también por el apoyo social y emocional, pues han sido rechazadas por sus familias, o por la edad han perdido el contacto con el grupo social al que pertenecían.
Pagar por ir a la cárcel
En 20 años, el número de prisioneros ancianos en el sistema carcelario japonés se ha multiplicado por 4, y ha obligado también a los funcionarios de las prisiones a capacitarse y realizar nuevas actividades, como cambiar pañales, ayudar a los prisioneros a bañarse y estar atentos con los medicamentos.
Tal y como señala un guardia de prisión en Tochigi, Takayoshi Shiranaga, “se siente más como un hogar de ancianos que como una prisión”.
Esta transformación de las prisiones también ha afectado a las internas, en el caso de las prisiones de mujeres, pues algunas se han capacitado en cuidado de adultos, para ayudar a sus compañeras en prisión. También para adquirir un oficio que cada vez es más requerido en Japón: el de cuidadores de adultos mayores.
Una solución insuficiente
Las prisiones se han convertido en una alternativa tan tentadora que hay quienes afirman que pagarían por ir a la cárcel, aunque es más fácil cometer un delito menor para lograrlo.
Pero se trata de una solución temporal, pues las condenas son naturalmente breves, y a mediano plazo estos adultos mayores se verán nuevamente expuestos a la pobreza y a la falta de ayuda social.
El Estado japonés está tratando de resolver esta situación, desarrollando programas en centros comunitarios para ayudar a los ex presidiarios a reinsertarse en la sociedad, y facilidades para acceder a viviendas de interés social.
Sin embargo, esto no es suficiente, y no resuelve otro tipo de problema que enfrentan las personas mayores, el de la soledad, ya que muchas de estas personas han perdido todas sus relaciones sociales.
