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Acto de recuerdo a D. Antonio Palenzuela, obispo de Segovia

por Fernando Mateo
24 de febrero de 2025
en Tribuna
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Hagamos el elogio de los hombres de bien, de la serie de nuestros antepasados. Fueron hombres de bien, su esperanza no se acabó; sus bienes perduran, su recuerdo dura por siempre, su caridad no se olvidará. Sepultados sus cuerpos en paz, vive su fama por generaciones; el pueblo cuenta su sabiduría, la asamblea pregona su alabanza. Eclesiástico (44,1.10-15).

 

Agradezco de corazón esta invitación a participar en este acto sencillo, pero cargado de simbolismo y de fuerza.

Invitación que acepté con alegría, emoción y con cierto temor porque ante la talla humana, espiritual, intelectual y sobre todo su fe profunda y a la par sencilla ¿qué puedo decir?

En este momento tienen un eco especial en mí las palabras del Evangelio de San Mateo: “En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: ¡Dichosos vuestros ojos porque ven y vuestros oídos porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron. Mateo (13,16-17)

Algo así ocurre con algunas personas que, cuando hablan o escriben, pareciese que sus palabras están dictadas por el mismo Espíritu. En el caso de D. Antonio también podemos considerarnos dichosos los que tuvimos la oportunidad de verlo, conocerlo, escucharlo y leerlo. Fue un regalo haber participado con él de momentos tan especiales en la vida.

Su cadencia lenta, me llevaba a escuchar con atención y, en muchas ocasiones, aquellas palabras caían en mí como la semilla buena; escuchar o leer a D. Antonio siempre era alimento para el espíritu y para la mente.

Sé que este acto no es una conferencia, por eso soy consciente de su brevedad. Aunque de hablar de D. Antonio nunca se terminaría.

Apenas hace unos meses, se ha clausurado en Roma el último sínodo convocado por el papa Francisco con el lema “Por una iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. Muchas pautas y propuestas de trabajo parece que tuvieran proféticamente eco en las palabras de D. Antonio, incluso la conversación en el Espíritu, que ha sido el método seguido durante el sínodo para orar y trabajar.

Decía D. Antonio ultimando la preparación de la asamblea diocesana celebrada en junio de 1.986:

“La asamblea de forma acertada comenzará con un tiempo bastante largo de oración y apertura al Espíritu Santo, sabemos muy bien que sin la ayuda del Espíritu Divino, el Padre de los pobres, todo es vacío y culpa en el hombre. Sabemos que la asamblea ha de ser la búsqueda, el impulso y la Luz del Espíritu de Dios que nos ayuden a descubrir cómo tiene que llegar a ser la Iglesia en Segovia, lo que quiere ser: la iglesia de Jesucristo”.

El sínodo ha tenido también como uno de los objetivos primordiales volver sobre documentos del concilio Vaticano II y desempolvar algunos de ellos para ponerlos en marcha.

Así, D. Antonio hace 40 años en la asamblea diocesana apuntaba: “Los trabajos que la Asamblea tiene ante la mirada y el pensamiento del concilio Vaticano II sobre la Iglesia. Por ello, la comunión y la misión serán los ejes en torno a los cuales se moverá la reflexión sobre el diagnóstico del estado de nuestra iglesia y sus comunidades y sobre las propuestas de los grupos que han intervenido en el largo proceso de preparación”.

Reflexionaba diciendo: “Se hacen cosas, pero falta el aliento de Dios que las anime, de tal modo que, en la organización de la Iglesia, en el amor fraterno, en la palabra, en el culto, en el servicio de la caridad y en los esfuerzos en favor de la paz, la justicia, el desarrollo, la Iglesia ha de manifestarse como instrumento de la íntima unión con Dios y de la unidad de toda la humanidad” D. Antonio sabía muy bien, por experiencia propia, dónde está la urdimbre de la vida cristiana: “Solo si nos convertimos, con la mente y el corazón a Dios y a esta manera de ver la salvación, podemos empezar a renovar nuestra comunidad cristiana y ser testigos convincentes en unos tiempos como los nuestros, marcados por una poderosa cultura de increencia y, a la vez, por un anhelo de lo divino y de salvación.”

El pasado 24 de diciembre tuvo lugar la apertura del jubileo 2025. El papa Francisco puso como lema del mismo: “Peregrinos de la Esperanza”. D. Antonio en situaciones difíciles y de cambio siempre alentó con sus palabras a estar anclados en la esperanza. En las jornadas de programación del año 92 escribió: “Los participantes en la asamblea han pedido que las palabras de la iglesia a nuestro pueblo sean palabras de esperanza”. Y a renglón seguido decía: “Esta petición es justa porque las palabras del cristiano y de la iglesia han de ser siempre palabras de esperanza”.

En su fino discernimiento y pisando tierra firme, aclaraba: “Pero no se ha de confundir la esperanza con la voluntad decidida de no ver los males que nos afectan y de engañarse así mismo con un futuro ilusorio. La verdadera esperanza se basa en Dios, que quiere salvar al hombre y por estos o aquellos caminos, lo conseguirá. La esperanza le abre al creyente un futuro de salvación desde Dios. Pero si la esperanza es auténtica, el creyente se pondrá esperanzado, a disposición de Dios, se sacudirá de los hombros el peso de todo fatalismo y afrontará con buen ánimo el futuro por oscuro que parezca”.

Si hay un tema recurrente en sus homilías y escritos, este es el secularismo, con expresiones tan desgarradoras cómo: “Nos están secando el alma”.

Apunta refiriéndose a este aspecto: “La increencia y el vacío que deja en hombres y mujeres, el impacto producido por ella aún en los mismos creyentes, está pidiendo una nueva evangelización. Pretender sólo conservar lo que se tiene es lo mismo que perder al fin y en muy poco tiempo lo que se cree tener”.

“Pero no es bueno frente a las dificultades del momento reaccionar con el desánimo; la desconfianza entristece y mata la comunión. Lo que importa es ponerse de acuerdo, orar en el nombre de Cristo y así buscar juntos un nuevo ardor, unos nuevos caminos y un nuevo lenguaje de la fe”.

La Iglesia debe de llamar a nuestro pueblo a la esperanza. Si no lo hiciera, renunciaría al evangelio. No se puede ocultar que a veces, nos gana el desánimo, se nos oscurece la fe, la esperanza.

Si creemos en el Evangelio y esperamos en el Dios de la salvación, nuestro entorno hostil y lleno de dificultades nos estimulará con un renovado ánimo. Quien vive esperanzado, ve nuevos caminos y se le abren otros nuevos.

La presencia de María en su vida también se percibe de manera clara. En la Clausura del año Mariano en noviembre de 1998 apuntaba: “En nuestros días nos falta sobre todo la esperanza. Pero sin razones para creer y esperar, no se puede vivir. Por eso tantos malviven hoy sin esperanza.”

“Dios nos ha ofrecido una señal inequívoca y un motivo inconmovible de Esperanza en María con su hijo Jesucristo. La sumisión de María al querer de Dios, hizo posible que fuese para siempre Dios–con-nosotros. Esto al fin y al cabo es Jesucristo. Y esto no lo destruirá nada ni nadie. Y si Dios es fiel y está por amor con nosotros, esperamos que todo se encaminará a un desenlace digno de Dios.”

“Fijémonos cómo entra Dios en nuestro mundo para no abandonarlo jamás: en la fe y entrega de María al Señor. Por ahí entró la vida, la razón de nuestra esperanza. Por eso cuando tantas esperanzas se quiebran, la Virgen-Madre se alza en lo alto como señal de un reencuentro con Dios en su Hijo Jesucristo.”

Que D. Antonio desde el cielo siga intercediendo por nosotros y nuestra Iglesia para seguir siempre viviendo en esperanza. Amén.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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