No hay duda de que cada entrenador tiene sus propias características como director de un grupo, como es el caso del baloncesto. Se da por hecho que quien está al frente de un equipo tiene los suficientes conocimientos técnicos y tácticos sobre ese deporte. Sin embargo, no sólo con esto es suficiente para dirigir a un grupo humano.
Da igual si se trata de un equipo de élite, de formación o incluso de una actividad recreativa, el caso es que hay muchas personas que a nivel de dirección no están capacitadas para el cargo. En unos casos es por falta de conocimientos específicos, pero en otros es por su falta de capacidad para la gestión humana, no están al tanto de las mejores técnicas de enseñanza ni psicológicas, no controlan su estado emocional o no aplican el refuerzo positivo.
En muchos momentos estas carencias, consciente o inconscientemente, provocan situaciones en las que los practicantes sienten violencia interpersonal o abusos. Si al deporte se le supone generador de valores y que contribuye a la formación integral del participante no se entiende que muchas veces se normalice que se le chille, insulte, castigue indiscriminadamente, amenace, humille, excluya o aísle. Todos tenemos una capacidad para aguantar y resistir ante situaciones estresantes, pero también hay límites que pueden provocar problemas de ansiedad, depresión o rechazo a la actividad.
A un entrenador no se le valora sólo por cómo aplica sus conocimientos técnicos en la cancha, también por generar optimismo, ofrecer expectativas positivas y aumentar la autoconfianza. En estos casos, los jugadores se sentirán más competentes al apreciar que progresan y mejoran. El abuso psicológico está reñido con la satisfacción.
