Hay más de 6.000 kilómetros de distancia. A esto hay que añadirle que la vida al otro lado del Océano es bien distinta. Pero quizá son los ingredientes que hacen de Segovia una ciudad Patrimonio de la Humanidad lo que provoca el pasmo de todo el que la visita. Esto bien lo saben Emma, Natalie o Julia, tres de los diez estudiantes procedentes de universidades del estado de Minnesota (EEUU), que desde el 29 de enero están en la capital de la provincia como parte de un proyecto formativo que desarrolla el Centro de Estudios Hispánicos durante cuatro meses, en los que no solo podrán mejorar su nivel de castellano, sino también sumergirse en la cultura, la literatura y la cotidianidad segoviana.
Tras dos años de parón por la pandemia, el programa se reactivó este año, aunque con una notable reducción en el número de participantes en comparación con ediciones anteriores, cuando llegaron a tener más de 30. En los últimos años ya se registraba esa tendencia descendente, debido a los “problemas económicos” de algunas de las universidades americanas con las que colabora el Centro de Estudios Hispánicos, según su director Ricardo D’Augusta.
El regreso de este grupo potencia el turismo idiomático y contribuye a desestacionalizar la llegada de visitantes a la capital, a pesar de que no es este el principal objetivo del programa. “No es turismo, es educación”, subraya D’Augusta.
El Centro de Estudios Hispánicos mantiene acuerdos con dos universidades de Minnesota, en los que establecen las asignaturas que han de cursar aquí los estudiantes, así como la realización de prácticas en escuelas, oficinas del propio Ayuntamiento y otras instituciones o entidades.
Segovia se acerca a América
A Segovia no solo vienen con el deseo de formarse y descubrir la ciudad, también con la intención de conocer a quienes son parte de la vida segoviana. De ahí que Emma Vogel decidiera unirse a la Banda Sinfónica Tierra de Segovia, donde toca el violín y la trompeta. A sus 21 años, estudia Español y Educación. Quiere ser profesora de castellano en Estados Unidos, por lo que encontró en esto una “oportunidad buenísima para vivir en un país hispanohablante”.
Vogel realiza prácticas en el Centro de Recepción de Visitantes del Azoguejo. Desde que aterrizó en la provincia, quedó “impresionada por su belleza”, en especial con las vistas del Postigo del Consuelo. Tanto le llamaron la atención los tesoros arquitectónicos de Segovia, que se ha interesado por estudiar su historia.
Hay algo que le resulta especialmente “llamativo” a estos universitarios estadounidenses: la “libertad” con la que cuentan en Segovia, al poder “ir andando a cualquier parte”.
Pese a estar a tantos kilómetros de su familia, consideran esto una forma de impulsar su “crecimiento personal y de descubrir cosas sobre ellos mismos”, de acuerdo con D’Augusta. De hecho, disfrutan tanto con la experiencia que, cuando a mediados de mayo tengan que abandonar la provincia, les invadirá la pena. “No quiero regresar”, lamenta Emma.
Crear una hermandad
Pasan infinidad de horas juntos, comparten clases, recorren Segovia y otras provincias españolas… Ya han visitado Madrid y El Escorial, y pronto viajarán a Asturias y Galicia. Es por ello por lo que este grupo de estudiantes acaba convirtiéndose en una especie de hermandad.
Dada la experiencia que tiene de otros años, D’Augusta asegura que los jóvenes se adaptan con facilidad aunque, en lo referido a la integración lingüística, esto no siempre sucede. “No es sencillo que sepan mantener una conversación o tener amistades auténticas con gente de aquí”, explica.
Pero hay quienes, tras regresar y terminar sus estudios universitarios, vuelven al país en el que tantas experiencias cosecharon. El director del Centro recuerda algún ejemplo “curioso” de otros años, de estudiantes que se casaron con españoles.
Una familia “de verdad”
Que estos estudiantes americanos consigan vivir una experiencia “auténtica” lo deben, en gran parte, a su convivencia con familias segovianas, con las que se sienten como en casa. Tal es así, que se refieren a ellos como “mamá y papá”.
Las familias son previamente seleccionadas por la dirección del proyecto a partir de sus características, intereses y preferencias. Los padres de acogida de Emma tienen tres hijos que se han independizado. Sentían que su casa se les había quedado grande por lo que, con la intención de “relacionase con gente de otro país”, Marisol Pascual y su marido decidieron unirse al programa hace seis años. “Siempre nos ha ido muy bien”, manifiestan. En su caso, prefieren convivir con chicas, a las que “les cogen muchísimo cariño”.
Ellos cumplen con el que es el principal requisito: tener una “vida familiar” con los jóvenes. Cada día, comen y cenan juntos, “como una familia”. La gastronomía es uno de los aspectos en los que encuentran mayores diferencias, pero al que se han adaptado más fácilmente. “Mi madre cocina muy bien, me gusta probar cosas nuevas”, cuenta Emma.
Cuando aún ni siquiera se ha ido, Emma ya piensa en marcar una fecha de regreso a una provincia que le ha dejado “maravillada”.
