A los 16 años, Justin Bieber publicó su autobiografía en un alarde de osadía inusual para una megaestrella. Cerca de él, Miley Cyrus atiende desde hace años a decenas de miles de fans sin haber cumplido los 20 años. Mientras tanto, a sus 19 años Krissy Matthews sólo se preocupa de engrandecer una carrera que tiene pinta de legendaria a base de pulir su innegable y arrollador talento en conciertos como el que brindó en la noche del viernes en la Sala Boss, en el que poco más de medio centenar de privilegiados tuvieron la oportunidad de escuchar al que sin lugar a dudas ocupará en breve un lugar de honor en el mundo de la (buena) música.
Y es que este chaval tiene magia en su guitarra, carisma y personalidad en su voz y un innegable sentido del espectáculo que hicieron las delicias de los pocos espectadores que se dieron cita en la sala de conciertos. El blues, el rock y el country sonaron canción a canción con una propuesta clásica pero llena de modernidad porque Matthews es un músico que conoce las leyes que rigen un estilo que ha hecho grandes a aquellos que él admira.
Por las cuerdas de su talentosa guitarra pasan de forma vertiginosa las esencias de Muddy Waters, John Mayall, Jeff Beck y otros grandes que han hecho historia en este estilo. Él las interpreta con su propio sello, siendo consciente de que el respeto es la base fundamental de cualquier evolución coherente que quiera hacerse, y lo hace con una descarga de sentimientos encontrados que sabe dominar y dosificar, permitiéndose algunas excesivas licencias que complementan su actuación. Prueba de ello fue una peculiar «fantasía flamenca», que interpretó con la guitarra española en la que desbordó a partes iguales magnetismo, sensibilidad y una cierta dosis de desfase muy recomendable.
Es posible que Bieber y Cyrus amasen fortunas millonarias antes de cumplir los 30 y hagan carrera en el mundo del espectáculo en cualquier programa televisivo de esos que buscan talentos, pero Matthews está llamado a ser algo más que una carrera decorativa, ya que ha optado por la senda tortuosa de la calidad, el respeto y el compromiso con la música.
Y dentro de algunos años, un reducido grupo de segovianos recordarán haber asistido a uno de sus primeros conciertos, y agradecerán sin duda a los abnegados promotores que decidieron arriesgar su fortuna para traerlos a una ciudad que una vez apostó por ser capital europea de la cultura y que hoy parece dar la espalda a todo lo que no tenga que ver con espectáculos con logotipo. ¿Tenemos lo que nos merecemos?. No hay que resignarse.
