Su vida pudo ser un cuento con final feliz, como el de la emperadora Sissi, joven y adorada por su pueblo. Un destino que Romy Schneider solo pudo vivir en la gran pantalla. Fue una artista aclamada en todo el mundo, pero el cuento de hadas acaba ahí.
«En la vida no puedo nada, todo lo dejo para la pantalla», dijo una vez sobre sí misma. Esta semana se han cumplido 30 años de su muerte, a la edad de 43. La causa oficial fue una parada cardiorrespiratoria, pero, en realidad, fracasó personalmente.
En el cine se convirtió en un icono en papeles como mujer fatal y esposa independiente, pero en su vida personal era desgraciada. Romy Schneider fue una incógnita para sí misma y para el mundo, tanto como su fallecimiento el 29 de mayo de 1982.
Su entonces pareja, el productor francés Laurent Pétin, encontró a la intérprete a primeras horas de la mañana sin vida sobre su escritorio. En un primer momento, circularon rumores sobre que se había suicidado. Era conocido que consumía alcohol, pastillas y antidepresivos en altas dosis.
«No son capaces de descifrarme», escribió en una ocasión a una amiga. Muchas biografías y documentales lo intentaron. Ahora, la actriz francesa Géraldine Danon quiere rodar un filme sobre su persona. Según la revista especializada Le Film français, la cinta describirá los últimos seis años de vida de la estrella. El libreto correrá a cargo de Jean-Claude Carrière, uno de los guionistas galos más famosos de la actualidad.
Como mujer con muchas caras, ocupó titulares en la prensa por sus papeles como Isabel de Austria o Sissi, pero también por su vida privada. Se enamoró de Alain Delon y se fue a vivir a París. Allí dejó atrás la inocencia juvenil y se convirtió en una femme fatale, por ejemplo en filmes como La piscina o Mi hijo, mi amor. Schneider amaba, seducía y sufría, al igual que en la vida real. Acudía a galas y bailes, llevaba trajes de Chanel y se maquillaba los ojos de negro. Su imagen de Sissi acabó ahí.
«Quiero ser francesa del todo en la forma en la que vivo, amo, duermo y me visto», indicó la hija del matrimonio de actores austríaco-alemán Wolf Albach-Retty y Magda Schneider.
Pero Alain Delon era solo en las películas un galán y un triunfador. Tras una relación tormentosa de cinco años, el playboy abandonó a Romy Schneider, quien se cortó las venas, aunque pudo ser llevada a tiempo al hospital.
Con Harry Meyen hizo un intento de rehacer su vida y sentar cabeza. En 1966 se casó con el cineasta alemán, 14 años mayor que ella, y ese mismo año nació su hijo David. Pero, después de varios años, abandonó su papel de esposa y madre responsable. En 1973, regresó a París y dos años después se divorció de Meyen.
Ya en la capital francesa, comenzó otra vez una nueva vida, esta vez con su secretario Daniel Biasini, 11 años más joven que ella. En 1977, nació su hija Sarah, pero también este matrimonio fracasó, mientras crecían los rumores sobre la bisexualidad de la actriz.
En 1979 se suicidó Harry Meyen y Romy Schneider sufrió graves sentimientos de culpa. Además, en el verano de 1981 se produjo otro momento trágico para la vida de la actriz: su hijo David, de 14 años, se clavó una punta de metal en un intento de escalar una verja y murió.
Schneider trató en vano de calmar su dolor con pastillas y alcohol. Por su último filme, Testimonio de mujer, fue nominada en Francia para el premio César. La intensidad con la que actuaba fue la de una mujer azotada por la vida y por sí misma.
