En Atenas se cuentan los días. El nuevo programa de reformas para afrontar el nuevo paquete de rescate europeo, que llegará en los próximos dos meses, definirá el futuro del país durante décadas. Las señales no son muy buenas. El jefe de Gobierno, Antonis Samaras, desapareció el pasado lunes para tomarse unas breves vacaciones. Apenas una semana que se espera que le sirvan para prepararse de cara a lo que se avecina. «Está juntando fuerzas», se comenta en las calles helenas. Sin embargo, el próximo 22 de agosto todo arranca de nuevo. Y es que llega al país el líder del Eurogrupo, Jean-Claude Juncker, una visita crucial para la continuidad de la nación griega en la moneda única.
«Ahí vamos a enterarnos de cómo viene la cosa», asegura un empleado del Ministerio de Finanzas.
En Atenas, nadie oculta que está claro de qué se trata: si el nuevo paquete de recortes de 11.500 millones de euros no se resuelve rápido y de forma creíble, se vislumbra el fin de Grecia en la eurozona. «Si la troika -formada por el Fondo Monetario Internacional, el Banco Central Europeo y la Comisión Europea- no da luz verde a quienes controlan el dinero, se termina todo», insisten desde ese departamento, que dirige Yannis Sturnaras.
Dos días después del encuentro con Juncker, Samaras viajará a Berlín y París para hablar con los dos socios más fuertes de la eurozona. «Ésa será la hora cero», opina un empleado de su oficina.
Los helenos temen que la situación de su país sea aprovechada por la política partidaria alemana, lo contrario de lo que tenía en mente el primer ministro cuando planeó el viaje decisivo a Alemania. El premier aseveró estar decidido a dar todo para evitar una «euromuerte» de Grecia.
Samaras quiere prometer y también pedir algo a Merkel y Hollande: más allá de qué precio pague a nivel político interno, quiere mantener el paquete de recortes. Pero Grecia necesita más tiempo. Con una tasa de desempleo superior al 23% y un rendimiento económico que se redujo en más de un 20% en cuatro años, no se pueden hacer grandes planes para la economía.
A nivel político interno, tiene viento en contra. Por un lado, están la oposición y el aparato estatal griego. Syriza anuncia desde hace tiempo fuertes reacciones al programa de ahorro. También hay problemas con algunos representantes de los socialistas y la izquierda democrática cogobernantes, que consideran insoportables las duras medidas de ahorro.
Al mismo tiempo, la burocracia bloquea todo intento de reforma. La corrupción está profundamente enraizada. Actualmente genera indignación en Atenas la noticia de que el expresidente conservador del Parlamento Vyron Polydoras colocó a su hija en la Cámara. Un nombramiento que era formalmente correcto -la mujer cumplía con todos los requisitos- pero que moralmente es inceptable.
Por último, Samaras debe luchar contra la idea ampliamente extendida de que Grecia no lo logrará. Lo difícil que será esto y qué pocos argumentos le quedan a Atenas quedó demostrado el lunes, cuando Samaras recurrió a la ayuda de la mismísima Virgen: «Vamos a ganar esta batalla con la ayuda de María Santísima», remarcó el jefe de Gobierno desde el sur de la península del Peloponeso, donde pasa sus vacaciones.
