Benedicto XVI aseguró ayer, a su llegada a la ciudad de Guanajuato (México), que pedirá «encarecidamente» al Señor y a la Virgen de Guadalupe por quienes más lo precisan, «particularmente por los que sufren a causa de antiguas y nuevas rivalidades, resentimientos y formas de violencia».
Tras 14 horas de vuelo desde Roma, el Papa aterrizó en el aeropuerto de la localidad de Silao (Estado de León), donde fue recibido por el presidente de la República mexicana, Felipe Calderón, que se refirió, en su discurso de bienvenida, a la crisis económica y también a «la violencia despiadada de los delincuentes, el crimen organizado», junto con «las sequías e inundaciones sin precedentes, además de epidemias y terremotos» que ha vivido el país en los últimos tiempos.
Posteriormente, el Pontífice, que en esta ocasión no usó bastón, recibió un cofre con tierra para representar que ya estaba en México.
Durante, su primera intervención, Benedicto XVI recordó a su antecesor, Juan Pablo II que, según explicó, quiso venir a estas tierras desde su primer viaje. Al no poder hacerlo, dejó en aquella ocasión un mensaje de aliento y bendición cuando sobrevolaba su espacio aéreo. «Hoy me siento dichoso de hacerme eco de sus palabras, en suelo firme y entre ustedes. Agradezco el afecto al Papa y la fidelidad al Señor de los fieles del Bajío y de Guanajuato. Que Dios les acompañe siempre», rememoró.
En este sentido, explicó que con su visita desea «unir las manos de los mexicanos y abarcar a las naciones y pueblos latinoamericanos». Así, recordó que la mayoría de estos países han conmemorado el bicentenario de su independencia, o lo están haciendo en estos años. «Nuestra Madre ha velado por la fe de sus hijos en la formación de estos Estados, y lo sigue haciendo hoy ante los nuevos desafíos que se les presentan», subrayó.
El Papa resaltó, además, que llega a México como «peregrino de la fe, de la esperanza y de la caridad» y expresó su deseo de confirmar en la fe a los creyentes en Cristo, afianzarlos en ella y animarlos a revitalizarla con la escucha de la Palabra de Dios, los sacramentos y la coherencia de vida. Así, hizo referencia al derecho a la libertad religiosa en su «genuino sentido y en su plena integridad».
