Hace poco más de un año, los agricultores de media España se aventuraban a realizar las tareas de sementera en medio de una prolongada sequía y la falta de agua mínima para asegurar una buena nascencia del cultivo. Esta campaña ha sucedido todo lo contrario. Se ha producido un otoño lluvioso con unas buenas condiciones para el desarrollo de las tareas de siembra. Entre ambas situaciones, hay, sin embargo, cuestiones que no cambian. Precios muy elevados para las semillas certificadas, a pesar de las campañas públicas y privadas para aumentar su demanda, costes muy caros para el resto de las semillas, subidas de los precios del gasóleo, de los abonos, un año más, bajo los argumentos de los incrementos de las cotizaciones internacionales de las materias primas utilizadas para su fabricación en todo el mundo y la existencia de una mayor demanda por parte de grandes países en Asia o Africa que se han visto en la necesidad de producir más alimentos. Pero, por debajo de todo ello, en el caso de España, no se puede dejar a un lado el hecho de que haya una empresa, Fertiberia, que tiene un amplio poder de control sobre el mercado, y muy especialmente en los nitrogenados, aunque sobre el papel se argumente que tenemos las fronteras abiertas para que pueda actuar cualquier operador.
Todos los precios de los medios de producción se hallan en una permanente línea de subida, 18% la energía en su conjunto en el último años y el 21% los abonos, aunque en los últimos tiempos los costes de los productos agrícolas hayan acompañado con un comportamiento positivo desde los cereales al viñedo. En estas circunstancias, se impone una política de racionalización de gastos y, sobre todo, de buscar la máxima eficiencia en el uso de aquellos medios de producción que suponen los mayores gastos como sería el caso de los fertilizantes.
Según un estudio elaborado por el Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDEA), el 65% de todo el gasóleo utilizado en una explotación agraria corresponde al tractor. De ahí la importancia, no solo de elegir la maquinaria adecuada a las necesidades, ya que se suele pecar de exceso, sino de tener un buen mantenimiento de la misma. Los estudios realizados ponen de manifiesto que, con un mantenimiento correcto sería posible un ahorro de hasta un 30%. De ese porcentaje, entre un 10% y un 20% corresponden al mantenimiento del motor, y entre un 5% y un 10% al uso de los aperos adecuados. Con un filtro limpio se podía reducir hasta un 15% el consumo. Igualmente, el gasto depende de la situación de los neumáticos y de las condiciones del terreno. Además, se estima que en España un 70% de los tractores consumen entre un 10% y un 20% más de lo que sería correcto.
En consecuencia, desde el IDEA se recomienda disponer del tractor adecuado estrictamente a las necesidades de cada explotación, utilizar maquinaria y aperos ajustados en buen estado y bien acoplados, cuidar las ruedas y, entre otras cosas, evitar su empleo con suelos mojados que fuerzan a un mayor consumo.
Esto recomiendan desde la perspectiva de la maquinaria, pero los problemas y, sobre todo, las posibilidades de ahorro no son menores en lo que afecta a las políticas de abono de los suelos para evitar tirar fertilizantes en la tierra.
Se define como fertilizar, la acción por la que cada campaña se tratan de reponer los nutrientes en los suelos que se han eliminado, bien porque han sido utilizados por las plantas o que se han perdido por los efectos de la erosión o por el lavado de las tierras. Los nitrogenados para el crecimiento y desarrollo de los cultivos, los fosfatados para lograr una mayor precocidad de los cultivos y los potásicos para ganar en calidad.
Desde la Asociación Española de Fabricantes de Fertilizantes, un primer consejo es que se haga inicialmente una buena planificación para fertilizar la explotación utilizando solo los nutrientes necesarios, bien orgánicos (basuras) o inorgánicos (abonos minerales), en función de las necesidades de cada parcela según sus componentes en el suelo y el cultivo que se vaya a desarrollar. Los requisitos se cada suelo se deben conocer a partir de un análisis del mismo para evitar abonar en exceso o por defecto. Se trata de una práctica que desgraciadamente no es habitual entre los agricultores, lo que da lugar, en muchos casos a no abonar correctamente haciendo unos gastos sin justificar su necesidad.
A la hora de abonar, aunque sea en sus dosis justas, es fundamental no hacerlo en terrenos inundados, helados o cubiertos de nieve; siempre que sea posible, enterrar los abonos y tener en cuenta los riesgos de hacerlo cuando los nutrientes se puedan perder por escorrentías de agua en zonas de pendiente por las lluvias. En regadíos, lo ideal es hacerlo con el abono incorporado al agua.
También es positivo para la tierra mantener en el suelo la máxima cobertura vegetal posible y evitar la quema de rastrojos para mantener la estructura y aumentar la materia orgánica.
Sobre el papel, las propias empresas de fertilizantes prestan el servicio de análisis de los suelos para abonar mejor. También lo harían las Administraciones, en este caso las comunidades autónomas, pero el servicio es deficiente. En consecuencia, analizar los suelos no es una práctica común entre pequeños y medianos agricultores. En esto, como en otras cuestiones, se echa en falta la existencia de servicios de asesoramiento, recuperar el papel que cumplían las viejas Agencias de Extensión Agraria que funcionaron bien durante el franquismo, donde hoy, a lo mejor, podrían tener cabida las propias organizaciones agrarias junto con empresas de abonos, maquinarias o semillas.
