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Los segovianos en Bruselas rinden homenaje a Juana Borrego y Elena García Gil

por Redacción
2 de junio de 2012
en Segovia
Los segovianos residentes en Bruselas que participaron en el homenaje a Elena García Gil y Juana Borrego (en el centro de la fotografía). / El Adelantado

Los segovianos residentes en Bruselas que participaron en el homenaje a Elena García Gil y Juana Borrego (en el centro de la fotografía). / El Adelantado

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Relata Manuel González Herrero en «La sombra del Enebro», al hilo de sus andanzas por tierras de El Valle de San Pedro, una anécdota que le contara Juan Contreras Ruiz, el marido de la Segunda, acaecida un 9 de junio, con motivo de la Feria de Prádena. Con el tiempo caluroso y la tierra dura y reseca un grupo de vecinos se encontraron con una mujer que araba trabajosamente en una finca. Conmovidos por el esfuerzo sobrehumano, bajo el sol implacable que anunciaba el estío, se dirigieron a la labradora para decirle: «Señora, ¿nos deja echarle un surco?, a lo que la serrana, parando la yunta, respondió: ¡Ay, señores, sí que está el terreno como para hombres…!».

Años más tarde, un 31 de mayo, con el tiempo templado de la primavera de Bruselas, Juana Borrego eleva a categoría la anécdota de la tierra pedrazana: «La mujer rural es el motor de la vida de los pueblos». Habla la voz de una vida dedicada a rescatar la dignidad de las mujeres rurales, ensombrecida en capillas y ritos religiosos, confinada a oficios auxiliares de apoyo al hombre, centro oficial de la vida social y económica. Sin embargo, ese postergar la otra mitad ha sido con toda seguridad una de las causas del declinar de la prosperidad de la tierra. Al alzarse el varón al pedestal de un patriarcado ficticio se ha sacrificado el tesoro de imaginación y de energía, impulsado por el sentido común y espíritu práctico, que es propio de las mujeres.

Las crónicas y nuestra literatura en verso, obra de monjes y cronistas de oficio, nos hablan de guerreros y pastores. Pero al ignorar a la mujer fomentaron el despilfarro humano y consagraron la injusticia. Se olvidó así la casa, con los ganados, los aperos y las tierras, el centro neurálgico de la organización social, que quedaba en manos de la esposa. Es fácil comprender que su papel económico y social de primer orden pasara a reconocerse en el Fuero de Sepúlveda. Y tanto se protege su patrimonio como se castiga con pena pecuniaria, entre otros abusos, al que «asiere a teta de una mujer»; que así demuestra su ley 186 el respeto que le es debido, tanto como al lenguaje, en esto último no superado por nuestros encopetados legisladores decimonónicos. Y qué decir de la trashumancia, con la casa, el ganado y la labranza en manos de las mujeres, mientras los hombres pastoreaban las merinas en los feraces prados del Valle de Alcudia.

Hoy Juana Borrego redescubre esa fuerza enorme que tiene forma femenina. Fue una intuición percusora, rebelde frente a tanta postergación. Corría el año de 1983 cuando una llamada a tres vecinas, una visita a la taberna, epicentro de la vida social reservado al varón, desencadenó el movimiento. Luego serían ocho mujeres, no sólo para tomar café sino para echar una partida de cartas. Y lo que parecía una provocación excéntrica acabó convirtiéndose en movimiento imparable. Surgen una tras otra las asociaciones locales.

Federación Hoy son una poderosa federación nacional, FEMUR, que agrupa a 300.000 socias, empeñada en la educación y en el respeto del medio ambiente. Y en reivindicar la conciencia de lo que es la mujer: el centro de la organización social, sostén fundamental de un futuro que vuelve sus ojos a los pueblos. Con Juana Borrego, presidenta de las federaciones nacional e internacional, y con Elena García Gil como secretaria general de la española, estamos convencidos de que la empresa llegará muy lejos. De aquella iniciativa inocente -un café entre cuatro vecinas de Hontalbilla- se ha llegado a un fenómeno reconocido en los centros institucionales de Bruselas. El desarrollo rural es parte fundamental y estratégica del proyecto europeo. Y las experiencias de estas ilustres segovianas iluminarán a los miembros del Comité Económico y Social para buscar soluciones al gravísimo problema de la despoblación, la ruina de nuestros pueblos, que lo es también de un proyecto sostenible que requiere equilibrio entre vida urbana y cultura popular.

Los segovianos que nos ganamos la vida en Bruselas, solidarios con causa tan hermosa, hemos acogido con afecto y hospitalidad a nuestras paisanas, junto a José María Espuny, miembro del Comité, para celebrar su visita en torno a una cena de hermandad, que fue homenaje a la mujer del campo y a sus valientes capitanas. De las palabras de Juana y de Elena, de su entusiasmo contagioso, salimos convencidos de que su empeño devolverá mucha vida a nuestros pueblos y riqueza a tantos yermos que se nos mueren en la memoria de nuestros abuelos. Lo harán posible las mujeres rurales, sabedoras de que les corresponde otra tarea gigantesca: repoblar nuestros campos deprimidos, como aquellos hombres y mujeres hicieran en la Edad Media con territorios de nadie, abandonados al tiempo.

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