Los carteles, la revista del Teatro Juan Bravo y los dosieres de prensa anunciaban para el pasado viernes, dentro del ciclo Clásicos 2011, el espectáculo de Rafael Amargo “Solo y amargo”, un montaje (a tenor de lo leído en prensa, porque en su web oficial no hay información sobre él) con el bailaor como único protagonista y con un reducido grupo de músicos a su alrededor.
Les confieso desde ya que no tengo muy claro lo que vimos el viernes en el Juan Bravo, pero más que solo y amargo aquello fue un café con leche, con diez o doce magdalenas, que diría un amigo mío, y además dos huevos duros, echando mano de la conocida escena de “Una noche en la ópera”, de los Hermanos Marx.
Bailó Rafael Amargo y bailaron las cuatro bailarinas que le acompañaron (lamento no poder dar nombres; lo que no hubo fue programa de mano y las presentaciones fueron más bien escuetas); hubo solos, dúos, piezas de conjunto… Cantaron Maite Maya y Pedro Obregón y cantó María Toledo, en algunos momentos acompañándose del piano; y sonaron guitarras, cajones, un chelo, las palmas… Y hubo flamenco más o menos puro, tangos, canción francesa… Vamos, que hubo casi de todo.
Yo, a decir verdad, no sé si las magdalenas me pegan mucho con los huevos duros, pero el caso es que el público, que paga su entrada y que llenó casi por completo el teatro, se lo pasó en grande, aplaudió sin reservas y se entregó sin ambages a la previsible juerga flamenca final, que acabó a eso de las once menos cuarto de la noche, con toda la compañía de paseo por el patio de butacas y los espectadores aplaudiendo y mucho, que además hubo ronda extra de ovaciones para Cuco Pérez, que esta vez jugaba en casa.
A Rafael Amargo no le vamos a descubrir ahora; su forma de bailar y de entender el flamenco es la que es, con sus partidarios y detractores, y su dimensión mediática, para bien o para mal, es también la que es. Donde va llena y además suele gustar; esos son sus poderes.
Eso sí, aunque para ser flamenco hay que gustarse, Amargo a veces se gusta un poquito de más. Lo de cantarse “Ne me quitte pas” en versión ultra desgarrada estuvo varios pasos más allá de lo que uno puede permitirse razonablemente sobre un escenario, por muy flamenco que sea.
Si tuviera que quedarme con lo mejor de este espectáculo, la impresionante voz de María Toledo (que hace como diez años cuando era casi una niña, actuó en Folk Segovia, seleccionada por el Injuve); una voz cálida, dulce y a la vez llena de fuerza, plena de matices, que creo que puede dar mucho que hablar en los próximos años. También me quedo con la elegancia de una de las bailaoras que acompaña a Amargo, de nombre Eli, de apellido creo que Ayala, espectacular en todas sus intervenciones, sobre todo en las que no dejó que la pasión se impusiera a la delicadeza.
El público fue para ver a Amargo durante una hora y vio de casi todo durante dos. Y a la mayoría de los espectadores, me parece que el cambio no les molestó.
