Parece que ha pasado una eternidad desde que un exultante José María Aznar alzaba en alto los brazos de los suyos, con su mujer, Ana Botella, como principal colaboradora, al haber logrado que el centroderecha español triunfara por primera vez en la democracia reciente. Y, sin embargo, han sido solo 15 los años los transcurridos. Esta apreciación tiene varias lecturas: por un lado que, a pesar de que Zapatero no ha culminado los cuatro años de su segunda legislatura, ésta se ha hecho demasiado larga por lo prolongada que se está haciendo una situación poco menos que insostenible en muchos hogares. Por otro, lo que se revela fundamental, que el mito de las dos Españas y de la vuelta a la Dictadura, por mucho que más de uno utilice la memoria histórica con fines partidistas, ya murió.
Y eso es muy importante porque, si nos atenemos a los resultados vertidos ayer por miles de urnas, veremos que apenas queda rastro del llamado voto del miedo, ni siquiera en feudos de la trascendencia de Extremadura o Andalucía, donde hace ya muchos años, en cierta campaña incendiaria, Alfonso Guerra prometió a los suyos en un mitin que los médicos irían a atender a las casas «con alpargatas», dada la imagen que se tenía del galeno o del farmacéutico en la España de Franco.
Abrir camino
Si hay un mérito que destaque sobre todos los cosechados por José María Aznar fue el haber demostrado que el centroderecha era capaz de gobernar, por mucha «victoria amarga» -debido a su exiguo triunfo, que hacía presagiar un mandato muy corto- de Alfonso Guerra. Y cuatro años después, el remate: la mayoría absoluta, y encima con un grupo de colaboradores, algunos de los cuales siguen en política.
Uno de ellos, Rajoy, su sucesor, acaba de alcanzar la gloria electoral, y llega a La Moncloa casi como lo hizo su antiguo jefe: sin carisma. O eso es lo que la teoría dice, porque hace ya unas semanas, el mismo periodista Iñaki Gabilondo confesó que en la visita de ese día a la SER lo encontró diferente, muy seguro de sí mismo, «con aura». Y es que el poder hace milagros.
De todos modos, uno se pregunta si resulta capital -y nunca mejor dicho- que el presidente del Gobierno sea o no un hombre con imán, que se gane a las masas. El mundo de hoy precisa de tecnócratas, de funcionarios eficaces en las más altas instancias del poder, y para eso están los ejemplos de Mario Monti en Italia y Lukas Papadimos en Grecia. Quizás no estaría de más contar con el presidente de Bankia y exlíder del Banco Mundial, Rodrigo Rato, que fue pieza clave en los Gobiernos del PP. Suena mucho para la cartera de Exteriores, su ambición política sigue intacta, cuenta con un gran prestigio, la cúpula de su banco ya ha sido culminada…
El que no está ni se le espera es Francisco Álvarez Cascos, el brazo derecho de Aznar en sus comienzos en Génova, que, tras verse injuriado por los populares asturianos, con su acérrimo enemigo Gabino de Lorenzo al frente, decidió formar el FAC, que se ha llevado un diputado, restando así al partido del que fue secretario general.
