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«Al escribir pienso en un lector sensible, cómplice y de buena voluntad»

por Redacción
7 de febrero de 2011
en Segovia
Emilio Pascual

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Nacido en la localidad segoviana de Tejares en 1948, Emilio Pascual es licenciado en Filología Hispánica y gran apasionado y estudioso de “El Quijote” y Cervantes. Editor de profesión, ha desarrollado la mayor parte de su carrera en la editorial Anaya, en sus departamentos de Literatura Infantil y de textos clásicos (en el sello Cátedra). Como escritor, ha cultivado la mayor parte de los géneros literarios, de la narrativa al teatro, pasando por la poesía y la crítica. Su última novela, “El número de la Bella” (Valnera Literaria) es finalista del Premio de la Crítica de Castilla y León.

“El número de la Bella” transcurre, entre el siglo VIII y el XVIII, entre el convento en que vivió y murió Beato de Liébana y las ruinas que quedan del mismo diez siglos después. Luchas de fe, personajes históricos y amplísimas y profundas referencias literarias son las bases de esta novela.

Me gustaría que me hablase un poco de la génesis del libro, cómo se acercó al tema y a los personajes, y también cómo fue el proceso de gestación, que por lo que he visto duró cerca de cuatro años.

Sí, es cierto que el proceso ha sido largo, en parte por las dificultades del asunto, y en parte por las circunstancias que lo acompañaron. El origen está en una ficción breve sobre Beato de Liébana que acompañó a la publicación de un Beato moderno, publicado por Ediciones Valnera e ilustrado por José Ramón Sánchez. Fueron ellos quienes primero advirtieron la posibilidad de ampliar y enriquecer aquel germen. Vi en seguida la idea, pero ya decía Mallarmé que una novela no se escribe con ideas, sino con palabras. Y una construcción de palabras es como un edificio de ladrillos: hay que colocarlos uno a uno y en la disposición exacta. A ello se añadían las dificultades de documentación. He tenido que leer textos que solo existían en latín (como las obras de Valerio del Bierzo, de Angilberto, de Gregorio de Tours o fragmentos de Alcuino de York), y acomodarme, dentro de lo posible, a la mentalidad de alguien que escribía en latín, y cuya cultura era esencialmente bíblica y patrística.

Me parece que el libro tiene pasajes que llegan de inmediato a cualquier lector sensible, pero otros que, fundamentalmente por su lenguaje, no están al alcance de cualquiera. ¿Piensa de algún modo en el lector a la hora de escribir?

Ha dicho usted el lector, y ha precisado sensible. Y sí, pienso en ese lector, en mi lector, que es un lector sensible, cómplice y de buena voluntad. Y a ese lector, que es un lector creativo y no pasivo, no necesito explicarle demasiadas cosas; lo dejo que discurra y deduzca, que se meta en los meandros de la historia, que apruebe o discuta, proteste y se defienda. Por eso en esta novela prácticamente no hay descripciones, sino estados de ánimo, y desde luego mucha literatura. Lo cual no quiere decir que no sea entretenida y aun con las dosis precisas de suspense: solo que en esta vida cada uno se divierte a su modo.

Hace unos días el escritor José Giménez Corbatón me comentaba que no concibe una literatura en la que no tengan peso las lecturas del autor; a la vista de su libro, me imagino que comparte esta opinión.

Absolutamente. Ya dije en mis Apócrifos del Libro que “del mismo modo que cada uno es hijo de sus obras, cada escritor es hijo de sus lecturas”. Y en esta he añadido que “la reconozco como mía, precisamente por las continuas alusiones a otras”; pues, al menos en mi caso, me parecería injuria no recordar, siquiera como homenaje, a los que me hicieron. (Aparte de que ciertos textos ajenos ilustran algunas situaciones paralelas mejor que muchas tesis, como ocurre aquí con ciertas palabras tomadas de Teresa de Jesús). Además, no ha habido ciudad que no se haya construido sobre las ruinas de otras; y, cuando una cosa está definitivamente dicha, prefiero citarla antes que estropearla por esa necia presunción de la originalidad, heredada del romanticismo.

¿Qué tipo de lecturas está haciendo en este momento? ¿Qué tiene, por ejemplo, en su escritorio?

Tengo encima de la mesa La última palabra y La propia habitación, las últimas obras de Ana Rodríguez de la Robla, una autora con la que he compartido colección en Valnera Literaria y que ha sido un auténtico descubrimiento. La propia habitación es un libro de una elegancia y una inteligencia admirables, que ofrece una visión, casi nunca complaciente y a veces desasosegadora, sobre el amor y la vida, el arte, la cultura, la belleza: una escritora “admirable” en el sentido etimológico de la palabra, es decir, digna de admiración. Por otras razones, estoy leyendo el libro de Michael Nerlich, El “Persiles” descodificado, o la “Divina comedia” de Cervantes.

“El número de la Bella” es una de las obras finalistas del Premio de la Crítica de Castilla y León, ¿cómo ha recibido la noticia?

Me pilló por sorpresa y totalmente desprevenido. Me agradó saber que todavía hay críticos y lectores que no desdeñan las obras menos trilladas ni los escritores ocultos.

Por último, no sé si en la actualidad sigue manteniendo contacto con Segovia o su provincia.

Continuamente. No olvide que aquí viven mi madre y mi hermana, aquí residen algunos de los amigos con quienes se puede compartir un verso o una nota, y aquí está San Antonio el Real, al que traigo sistemáticamente a todos los amigos que no han tenido la fortuna de conocerlo.

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