Hay quien lo llama fantasmas; otros, pasado. Monstruos también vale como definición. Hay quien prefiere cerrar los ojos y no ver nada, y otros que, como Toñi, una de las protagonistas de la obra que dirige Paco Vidal y que el sábado se interpretó en el Teatro Juan Bravo de Segovia, se empeñan en ver criaturas excitantes y excitadas alrededor. ‘Los Diablillos Rojos’, dibujados por Gallego, hicieron reir y emocionarse a la vez a cientos de espectadores que llenaron el Juan Bravo para volver a ver a Beatriz Carvajal sobre sus tablas, pero también a Montse Plá y a unos graciosos muy locos, Juanjo Cucalón y Sergio Pazos.
El humor y los aplausos finales se repartieron a partes iguales entre todos, y aunque prácticamente cada comentario de Beatriz Carvajal era una provocación a la risa, sus compañeros de reparto no quedaron eclipsados por ese don para la comedia que parece tener la actriz.
Los hombres también conquistaron al público segoviano con sus actuaciones, y es que desde la primera vez en la que Andrés (Juanjo Cucalón) aparece en escena es imposible no querer arrebatarle la máquina de escribir y darle un abrazo de los que atrapan. Un achuchón, que es más gráfico. Y si se sale volando, pues se sale volando. Al mismo tiempo, resulta complicado no reir, a carcajada limpia o con risa discreta, a cada comentario cargado de ironía del doctor (Sergio Pazos).
El actor gallego juguetea, vacila, encanta y se rinde ante su principal compañera de escenas, la doctora Marina; una Montse Plá metida en su papel de joven amante, a la que el guión no le permite todo el contenido cómico que sí otorga a sus compañeros de reparto, pero que, sin embargo, consiguió, gracias a una de sus líneas, el único aplauso impulsivo que surgió en medio de una escena. Por su parte, su madre en la vida real y su enemiga en la ficción de ‘Los Diablillos Rojos’, se hincha a coleccionar risas del patio de butacas, que poco a poco, de menos a más, va creyéndose esa locura que persigue al personaje de Toñi dentro y fuera del hospital.
Viendo a los cuatro sobre el escenario, el espectador siente eso que le pedía Paco Vidal a la comedia; que tuviese tanto humor como verdad. Y por momentos, especialmente cuando de repente las luces se apagan y los focos convierten a los asistentes en diablillos rojos, uno se ve dentro de cualquier psiquiátrico y se para a pensar en cuántos gramos de cordura tiene la locura; de dónde viene, por qué se queda y cuándo se va, si es que se va.
Por otro lado, la soledad del diván, relativamente apartado del escritorio, la silla y el perchero que completan la escenografía, también invita a tumbarse con los ojos y reflexionar sobre el otro tema que se encierra en las paredes de este manicomio: el amor. Qué parte de enfermedad y qué parte de cura tiene. La respuesta es que desde luego, en esta obra basada en dos historias reales, es la mayor parte de ambas.
Decir cómo y dónde acaban ‘Los Diablillos Rojos’ después de esta historia de locos sería destrozar la ternura que contienen sus escenas finales. Lo que sí se puede contar es la emoción con la que acabó su estreno nacional; con muchas flores para todo el equipo de la obra y las palabras de agradecimiento de su productor, Eduardo Galán, a todos aquellos que le han permitido cumplir, a él y a su amigo Arturo Roldán, este sueño tan cuerdo.