Con ilusión y muchas ganas prepararon el viaje a Nepal, para disfrutar de unos días de aventura, realizando trekking en el Annapurna. Partieron de Segovia el 17 de abril y llegaron al país asiático al día siguiente, con la mochila cargada de ilusión. Durante varios días disfrutaron de sus paisajes, recorrieron Katmandú y otras poblaciones y se prepararon para realizar uno de sus deportes favoritos. Todo estaba saliendo según lo previsto y Pepa Santos y Begoña Gómez, dos jóvenes segovianas, no se podían ni imaginar lo que se les venía encima.
“El día 25 estábamos haciendo una aclimatación a casi 4.000 metros de altura. Acabábamos de llegar y a los cinco minutos aquello se empezó a mover”, relata Santos. “Estabamos en un pico, había mucho ruido y pensábamos que era una avalancha. No sabíamos que hacer, pero los guías y porteadores nos pusieron en un sitio más seguro y estuvimos allí hasta que paró. Y entonces bajamos rápido, porque teníamos una montaña de 7.000 metros al lado y un glacial que se había roto y veíamos la avalancha…”, recuerda.
En cuanto pudieron, todo el grupo —formado por 21 excursionistas, once porteadores y cuatro guías— bajó al pueblo más cercano, Manang, que está a unos 3.500 metros de altura “y allí nos enteramos de que había sido un terremoto. Estaba toda la gente del pueblo en zonas abiertas, en las tierras, fueras de las casas, con otros turistas y senderistas… De hecho, unas americanas nos dijeron que nos estaban viendo desde abajo, muy asustadas por lo que nos pudiera pasar”, señala la segoviana, quien recuerda que enseguida se pusieron a montar tiendas de campaña, pues los nepalíes tenían miedo de volver a entrar en sus casas, a pesar de que en esta aldesa no se habían derrumbado.
Tras el terremoto, lo primero fue intentar ponerse en contacto con las familias, misión casi imposible, porque no había luz en Manang y, por lo tanto, tampoco wifi, ni cobertura para los teléfonos móviles. Finalmente, Santos pudo enviar un mensaje a su familia esa noche, gracias al móvil de unas turistas rusas que se lo dejaron, pero Begoña Gómez tardó bastante más en hablar con su familia, algo que le preocupaba porque quería avisarles de que estaba bien.
Y después comenzó una aventura con la que no contaban. “Tuvimos que andar durante unos tres días hasta que pudimos acceder a un jeep que nos llevó a otro pueblo y, desde allí, cogimos un bus que nos llevó a Pokhara. Todo el camino íbamos con miedo, porque no sabes en qué momento se va a poner a temblar la tierra y nosotros íbamos por caminos rodeados de paredes verticales y en cuanto cae una piedra…”.
Aún así, Santos afirma que “los guías y los portadores una gente magnífica, muy profesionales, porque se podían haber ido a sus casas, a ver cómo estaban sus familias, de las que no sabían nada, pero mantuvieron el grupo unido en todo momento”. Además, explica que no les faltaron ni alimentos ni agua durante su aventura, ya que la gente compartía lo que tenía.
En cuanto a las noches, las pasaban en albergues del país, pero “dormíamos vestidos y con el frontal puesto, por si había que salir corriendo”, recuerda Santos.
Finalmente, llegaron a Pokhara, desde donde volaron, como estaba previsto, a Katmandú y desde la capital el vuelo de regreso a casa, la noche del lunes, con escala en Estambul antes de llegar a Madrid junto a sus compañeros de expedición, con la alegría de saberse en casa después de haber vivido una aventura que no era la que buscaban, pero sabiéndose afortunados por haber sobrevivido a ella.
