Durante el verano podemos ver en la Galería ArteSonado de la S. Ildefonso (Segovia) una más de las exposiciones temáticas que marcan su línea de actividad y que, cumplido su primer aniversario, felicidades, ya se ha fijado en la agenda de las visitas obligadas de todos los interesados o amantes al arte. Y así La Granja va alcanzando un real privilegio en el mundo del arte y sus exposiciones en Segovia. Se exponen obras de Jorge Fin y Juan José Gómez Molina, pero sobre todo se exponen pinturas de nubes, aunque se anuncian En las nubes. Pero no se precipiten ya que aunque estemos en verano, tiempo propicio para tormentas y otros fenómenos meteorológicos a veces aguafiestas y otras de agradecer por la lluvia que rebaja las excesivas temperaturas, podemos decir que en este caso se ha producido casi un milagro propio de dioses o diosas o un soberano capricho de reyes, hadas o magas. Como si el decorado barroco fuera el exigido por el contexto, las nubes se han detenido y en un instante eterno el escenario se ha adornado con los más elegantes cúmulos de Jorge Fin o los más enigmáticos cirros o estratos de Gómez Molina.
Una vez más la pintura actúa como práctica taumatúrgica y detiene el tiempo, mejor aún, convierte en forma lo que por excelencia es informe, cambiante, inasible como las nubes. Del refranero a la poesía han hecho de las nubes símiles de algo inestable, cambiante, imprevisible, ingrávido, en fin de poco fiar. Si un meteoro es meteórico en su fugacidad e inconsistencia son las nubes.
Siempre simbolizaron los mensajes más antagónicos, lo que cubre o mancha, tanto crítica como halago, lo que oculta o revela. En fin, según las mitologías eran rebaños de Apolo o sirvientas del dios Odín, que sobrevolaban los campos de batallas y escoltaban a los caídos hasta el Valhalla. Fecundidad y temor. Espejo y turbión. Paraguas invertido, como decía Gómez de la Serna. Nos protegen del sol y nos animan a volar.
Todos estos significados irónicos («Horquilla» (2010), «Arreglo (2010)…) y simbólicos («Crédula» (2010), «Saint Exupéry» (2010)…) aparecen en las sutiles pinturas y dibujos de Jorge Fin, ensayando incluso una nueva tipología de nubes en su «Bonsaicirrus» (2010).
Y siempre las nubes como alteridad mutante del personaje humano minúsculo que desde abajo mira, contempla, proyecta o pinta las majestuosas nubes, que le fascinan y desbordan encima de su insignificancia. El mundo al revés. La forma imposible en su representación e ingrávida en su atracción que nos atrae.
Pero no esperemos asistir a una lección meteorológica. Y ya que las nubes representan ese estadio intermedio entre la física y la metafísica, mutación de difícil definición de masa, vapor, agua y electricidad, veremos que en el arte adquieren una nueva y potente representación simbólica heredera de significados míticos y proyección de sueños y fantasías de los humanos pegados a la tierra.
Pero efectivamente, como nos recuerda José Mª Parreño, las nubes tardaron en adquirir un valor autónomo en la pintura. Hemos pasado de la ausencia de las nubes en el arte clásico, por ejemplo, si exceptuamos la perversa significación de la comedia de Aristófanes, a la misma ausencia en las vanguardias formalistas contemporáneas. Pero el manierismo, el barroco, el romanticismo, el realismo, el impresionismo, el expresionismo, el surrealismo, entre otros, han contribuido a la desmaterialización de la forma y a que esta exposición tenga significado y valor hoy.
Pocas realidades tan fractales como las nubes. Orden y desorden. Protección y fulminación.
Por eso Gómez Molina intenta meterse en las nubes y se atreve a desvelarnos su caos interior, convencido que la taxonomía al uso es tan simple como innecesaria. No describe, se inmiscuye; no relata, procesa. Frente a la majestuosa presencia de las nubes en Fin, el dramatismo se apodera de la mirada en Gómez Molina. La forma se convulsiona y nos atrapa, estamos dentro de las nubes. En las obras de la serie «Rituales de paso» se invierte la perspectiva, poniendo la mirada por encima de los cirros volamos, acompañamos al proceso de lo incontenible hasta que las nubes como bucles nos absorben y nos integran. En un juego de «presencia y ausencia» (1997) sospechamos que los claros de las nubes son «los huecos del recuerdo» (1994). Las nubes ya no son paisajes dualizados, sino mensajes encriptados con signos evanescentes. Contemplando las nubes, todos oficiamos en el ritual de paso de lo eternamente otro sin nosotros. Con seguridad ellas protegen la vida, no sabemos si humana, pero al menos la cartografía de los sueños siempre estará abierta.
Nada tan variado y dramático, tan sublime y efímero como las nubes. Tan sinónimo de bienestar como de tristeza. Hemos redescubierto su atracción en la reciente Sociedad de Observación de Nubes (Cloud Appreciation Society) que tantos adeptos convoca. En su curioso Manifiesto se nos dice que «las nubes son para los soñadores y que su contemplación beneficia el alma. De hecho, los que piensan en las formas que ven en ellas se ahorrarán las facturas del psicoanálisis». Así que traumas aparte, miremos su efímera belleza y vivamos la vida con la cabeza en las nubes.
Información.-
LUGAR:
Galería ArteSonado. C/ del Rey, 9. 40100 La Granja de S. Ildefonso
HORARIO:
De miércoles a domingo y festivos, de 1100 a 1400 hs y de 1600 a 2100 hs. Lunes y martes, cerrados. Del 24 de julio al 15 de septiembre de 2010