Puntual, con los relojes señalando el mediodía, la infanta Elena de Borbón llegó hoy al Museo Nacional Colegio de San Gregorio en Valladolid para inaugurar la exposición ‘Lo sagrado hecho real’, una muestra que, tras cosechar 185.000 visitantes a su paso por Londres y Washington, ha recalado en España.
Con suma atención, la representante de la Casa Real atendió durante cerca de media hora las explicaciones del comisario de la muestra, el británico Xavier Bray, que desgranó el origen de la muestra y la hipótesis que pretendía demostrar al organizarla.
Así, Bray recordó que la exposición comenzó a cobrar forma en una visita que realizó a la National Gallery, mientras contemplaba un retrato de la Inmaculada Concepción que Diego de Velázquez realizó en 1618, con apenas 19 años.
La “intensa sensación de tridimensionalidad” de esa pintura, fruto del paso del joven pintor por el taller sevillano de Francisco Pacheco, despertó el interés del comisario británico por analizar la relación entre la pintura y la escultura española en el Barroco, a lo largo de todo el siglo XVII. En esa época, de la mano de la Iglesia Católica, surgió una nueva forma de realismo artístico, cuyo propósito era que la imagen sagrada fuera lo más real y cercana posible.
El lienzo de Velázquez es una de las piezas que ocupan la primera sala de la exposición, que con el título ‘El arte de pintar esculturas: la búsqueda de la realidad’, reúne otro lienzo del sevillano retratando al escultor Juan Martínez Montañés, conocido como “el dios de la madera”, una escultura policromada atribuida a este último sobre la Inmaculada Concepción, un lienzo de Alonso Cano con la misma temática, y tres cristos en la cruz (dos lienzos de Pacheco y Zurbarán, y una escultura de Juan de Mesa) que dan la bienvenida a una muestra que invita al recogimiento, la reflexión, la contemplación y la espiritualidad.
La cuidada iluminación de las seis salas del Palacio de Villena que albergan la muestra hasta el próximo 30 de septiembre, consigue realzar la expresividad de los 26 lienzos y esculturas, realzando las tonalidades utilizadas en las policromías y facilitando, mediante sus sombras proyectadas, la apreciación de exquisitos detalles trabajados por los maestros en su búsqueda constante de la perfección.
Juegos visuales. Esos juegos de luces y sombras, de reflejos de unas obras en las vitrinas que protegen otras situadas frente a ellas, fue, según reconoció Bray, uno de los aspectos que más atrajo la atención de la infanta. “Le ha gustado muchísimo la exposición, y ha destacado la calidad artística y la espiritualidad que evoca cada pieza, pero también el juego visual propuesto; donde además de ver cada obra, aparecen reflejos de otras que comparten estancia”, explicó confiado en que ahora “el público se anime” a visitar la muestra.
