«En tierra hostil» (The Hurt Locker, 2008) fue la gran triunfadora de los Oscar. Consiguió seis de los nueve a que estaba propuesta. Entre ellos el principal, el de mejor película. Su baza más valiosa fue haber gustado mucho a los críticos de su país y haberse hecho notar en los premios que otorgan sus asociaciones, en esas fechas que sirven de recuento de la labor del año.
Pero su camino hasta la recogida de tantos galardones y reconocimientos fue largo. Kathryn Bigelow se empeñó en rodar una película sobre la Guerra de Irak desde un peculiar punto de vista. Era consciente de la censura a que someten las noticias que allí se producen, con lo que estaban consiguiendo dar una idea un tanto abstracta del tipo de guerra que allí tiene lugar. No le parecía lógico, por ejemplo, que sólo se hubieran visto imágenes de media docena de cadáveres de sus soldados, cuando la cifra oficial de muertos sobrepasaba ya los 4.000.
El ejército iraquí no resistió apenas nada la invasión de su territorio, Bush proclamó la victoria, Sadam apareció y fue ejecutado, se hablaba más que nada de reconstrucción en términos económicos, pero allí había una guerra sorda, soterrada, alimentada de pequeñas emboscadas y de la continuada explosión de bombas. La inseguridad reinaba por doquier.
Mark Boal, ahora ya un guionista oscarizado, estuvo tres semanas en Irak como reportero, acompañando a uno de esos grupos de artificieros del ejército estadounidense, que se encargan de desactivar, cuando pueden, todo el material explosivo del que tienen noticia. Aquello le impresionó y de sus notas escritas sobre el terreno, surgió el pormenorizado guión que Bigelow rodó en Jordania hace dos años.
Dadas las características del tema, Bigelow decidió rodar con varias cámaras, algunas de pequeño formato no profesionales, prestando máxima atención a los detalles, a fin de que en el montaje (otro Oscar) se contara con material suficiente donde elegir. Se trataba de poner en situación a los espectadores, que quedaran atrapados en la tensión que se generaba en tales casos, cuando un hombre, aunque vistiese el uniforme de sus fuerzas armadas, se jugaba la vida cumpliendo con un trabajo al que sólo se puede ir voluntario.
«En tierra hostil» es, entonces, una película bélica, pero en ella se muestra la guerra de otra forma y, desde luego, de manera muy distinta a como han enfocado el conflicto otras películas con un notorio tono de denuncia. Aquí simplemente se atiende a unos hechos específicos, a ras de tierra, dejando de lado las razones que no afecten a ese ser humano en el momento de enfrentarse a la única tarea para la que se siente preparado.»Mi objetivo era crear una experiencia lo más auténtica, realista y detallista posible», declaraba Bigelow en una entrevista, para hacer creíble a «un hombre atrapado en una espiral de violencia adictiva». Lo consigue. Algunas secuencias serán difíciles de olvidar por lo verosímiles que parecen.
Sin embargo, Bigelow es la primera en reconocer que «En tierra hostil» es sólo una película. Que se ha esforzado mucho en reflejar unas circunstancias dramáticas, pero que nunca ha estado en Irak. Lo suyo es más bien ajustar una narrativa habitual en el cine de género, que logre fijar la atención de sus espectadores y les deje clavados a la butaca, admirando, casi fascinados, unas imágenes que son verdaderamente duras.
En fin, una película no apta para todos los paladares, pero rigurosa y muy bien realizada. Merece la pena.