El caos y la inseguridad amenazan la continuidad de las operaciones de distribución de alimentos en Haití, dado que la llegada de los camiones con paquetes de ayuda genera casi siempre tumultos y escenas de gran nerviosismo.
Muchos puntos de concentración de damnificados llevan cinco días sin recibir ni un gramo de ayuda alimentaria, como es el caso de los miles de refugiados de Peguyville, que solo han visto llegar un camión con agua potable.
En toda la capital comenzaban a proliferar ayer pancartas y letreros junto a los innumerables campos de refugiados con mensajes simples como SOS o Help escritos en varios idiomas, a veces acompañados de frases como Necesitamos de todo. En los comercios del centro de la ciudad, los saqueos continúan casi con impunidad: grupos de muchachos se cuelan en comercios cerrados o almacenes y arrojan desde el tejado todo tipo de mercancías a los miles de personas que los reciben abajo. Los militares de la ONU pasan por delante sin intervenir, mientras que la Policía haitiana dispara al aire sin éxito, según pudo comprobar.
Muchos damnificados se quejan de que no han recibido ninguna asistencia, pese a que el aeropuerto de Puerto Príncipe soporta verdaderos atascos de aviones con cargamentos de ayuda humanitaria como víveres y medicinas, principalmente.
Los helicópteros surcan el cielo constantemente, y los damnificados los miran con ansiedad por si traen ayuda para ellos, pues han oído que en algunas ocasiones, los americanos sueltan paquetes de comida desde el cielo.
«Hay que comprender, la coordinación se ha ido al suelo, lo mismo que nuestros edificios del Programa Mundial de Alimentos y de la propia Misión de la ONU para la Estabilización de Haití», aduce Alejandro López-Chicheri, portavoz de Naciones Unidas.
Sin embargo, los damnificados no comprenden: «Solo sé que en tres días he comido un plato de arroz que tuvo a bien darme una vecina», comenta Bobien Ebristout, que ocupa una barraca levantada con cuatro lonas en una colina polvorienta de Peguyville donde el olor a excrementos lo invade todo.
En la tarde del domingo, un convoy de la ONU hizo su aparición en Peguyville con un cargamento de galletas proteínicas, y la distribución estuvo a punto de degenerar en un tumulto ante el caos provocado por el hambre y la desesperación. Por esa razón, nunca se anuncian con antelación los puntos de distribución de alimentos, explica el capitán Marco León Peña, del contingente boliviano de la ONU, que estos días se encarga de repartir agua y comida.
Contrariamente a lo sucedido en Peguyville, el capitán Peña está al frente de un destacamento de 80 hombres para una operación de suministro de agua en el céntrico Campo de Marte: de ellos, una decena se encarga de la distribución en sí misma, mientras que los otros 70 garantizan la seguridad y ordenan las filas de los peticionarios.
La obsesión de la ONU por la seguridad de su personal también ralentiza las operaciones de ayuda: por ejemplo, el convoy que llevaba la ayuda a Peguyville fue interrumpido y devuelto a la base ante rumores de un tiroteo en el punto por donde debían transitar.
