Es, sin lugar a dudas, uno de los emblemas de la ciudad de Segovia con el que se identifica a la capital en los cinco continentes. Su peculiar silueta que evocó en Luis Felipe de Peñalosa la imagen de un barco cuya proa navega entre dos ríos es una de las imágenes más fotografiadas por los centenares de miles de turistas que visitan la capital segoviana, y sus regios salones albergan más de ocho siglos de historia de España.
El Alcázar de Segovia ofrece habitualmente a los casi 600.000 turistas que visitan este monumento anualmente la posibilidad de ver su enorme riqueza artística y arquitectónica, pero ayer un reducido grupo de segovianos pudieron adentrarse en las zonas menos conocidas de la fortaleza de la mano del doctor en arquitectura y profesor de la Escuela de Arquitectura de la Universidad Politécnica de Madrid, José Miguel Merino de Cáceres en los «Domingos de Patrimonio» organizados con motivo de la conmemoración del 25 aniversario de la declaración de Segovia como Ciudad Patrimonio de la Humanidad por parte de la UNESCO.
Nadie mejor que Merino de Cáceres -miembro del patronato rector del Alcázar y arquitecto responsable del mantenimiento de la fortaleza desde hace cuatro décadas- para hacer de cicerone en un recorrido que llevó a los participantes desde los sótanos del monumento hasta el interior de las imponentes cubiertas de madera que culminan la techumbre de sus salas y estancias.
El arquitecto aseguró que a lo largo de la historia, el Alcázar ha sido «un monumento en constante crecimiento, por lo que intentar comprenderlo es una difícil tarea que lleva años de estudio», y explicó que el lugar de construcción de este edificio destinado a la defensa de la ciudad fue considerado idóneo ya por los romanos, que edificaron sobre la roca caliza un Castro, conforme a los datos contenidos en el documento más antiguo que atestigua la existencia del Alcázar a principios del siglo XII. De hecho, en los sótanos del monumento se han encontrado algunos sillares de granito que dan a entender la presencia romana en el edificio.
Transcurre el tiempo y el Alcázar pasa a ser una de las primeras residencias reales de España, empleada por muchos monarcas en la Edad Media como lugar de descanso, para posteriormente pasar a convertirse en prisión de Estado y sede del Real Colegio de Artillería hasta la fatídica fecha del 6 de marzo de 1862, donde un voraz incendio destruyó la práctica totalidad del edificio.
Merino de Cáceres explicó que sólo la voluntad de los segovianos por defender la permanencia del Alcázar hizo posible su posterior reconstrucción a principios del siglo XX, donde la implicación del Ayuntamiento y el apoyo de la reina Isabel II hizo posible que la entonces prácticamente derruida fortaleza recuperara su actual esplendor.
El talento de los arquitectos Bermejo y Odriozola y la fundamental documentación de los dibujos de José María Avrial hicieron posible la recuperación de estancias como la Sala de la Galera, o la Sala de Reyes, y la llegada del Archivo General Militar contribuyó decisivamente a la consolidación de la fortaleza.
Aunque el recorrido por las salas constituyó una parte esencial de la visita realizada ayer, lo más destacado de esta jornada divulgativa fue la posibilidad de poder ver desde dentro la compleja y magnífica estructura de madera que soporta las cubiertas de la fortaleza.
Por pasos estrechos e iluminados con la tenue luz de dos linternas, los visitantes pudieron pasear sobre la techumbre del edificio e incluso sentir bajo sus pies la vibración de una madera «sana» que permite soportar esa oscilación con total garantía.
Además, los visitantes comprobaron la sofisticada red de extinción de incendios instalada por el patronato rector de la fortaleza a través de todas las cubiertas, que permite abordar con la máxima eficacia cualquier tipo de contingencia que pudiera ocurrir. Prueba de ello es el ejercicio anual de simulacro que los bomberos realizan coincidiendo con el aniversario del incendio del Alcázar, en el que el tiempo de respuesta que se produce desde una hipotética llamada hasta la intervención real apenas supera los diez minutos.
Una de las estructuras más espectaculares de las cubiertas de la fortaleza es la situada sobre el salón del trono, donde un chapitel de 16 metros de altura se erige sobre la techumbre por medio de un sofisticado entramado de vigas de madera.
Pese a ser un lugar ajeno a cualquier visita guiada, sorprende ver la limpieza de estos recintos, utilizados en algunos casos como almacén para piezas no utilizadas en el día a día de la fortaleza. En este sentido, Merino de Cáceres aseguró que el patronato del Alcázar realiza un esfuerzo en el mantenimiento de las cubiertas con una atención ”prácticamente semanal», teniendo especial cuidado durante los días de lluvia o fuerte viento para evitar la aparición de las temidas goteras que pueden causar importantes daños si no se atajan a tiempo.