La belleza y el horror del mundo del ballet inauguraron ayer la Mostra de Venecia con la desconcertante Black Swan, una arriesgada pirueta de un director imprevisible como el estadounidense Darren Aronofsky, quien se apoya en la ductilidad de Natalie Portman para mantener un difícil equilibrio.
Aronofsky, ganador del León de Oro hace dos años por El luchador, regresó con honores al Lido veneciano con una suerte de respuesta a aquella cinta: si entonces escarbó en la bestia para hallar belleza, ahora explora la exquisitez de una bailarina para descubrir tras ella a un violento animal.
«El mundo del ballet y el de la lucha están muy relacionados. Son cuerpos sometidos a una intensidad física muy grande, aunque cada historia tiene, desde luego, su propio estilo», explicó el cineasta, quien se inspira en El lago de los cisnes, de Tchaikovsky, para tejer su enfermizo nuevo filme.
Black Swan aprovecha la dualidad de la obra del compositor ruso entre el cisne negro y el cisne blanco y muestra los extremos que se tocan: disciplina y descontrol, pasividad y agresividad, realidad e imaginación, virginidad y pecado, dolor y placer.
«Es una exploración del ego artístico. Ese narcisismo que crea atracción y rechazo por uno mismo», aseguró Portman, quien incluso tiene una escena de sexo con su otro yo en el filme y conoce de primera mano el doble filo de ser superdotada desde bien pequeña, cuando deslumbró con 13 años en León (El profesional).
«El cisne blanco representa a alguien que actúa buscando corresponder a lo que los demás esperan de ella. El negro piensa en satisfacerse a sí misma», resumió. Y ella consigue dar la dimensión justa a toda la gama que va entre los dos colores hasta transmitir el verdadero terror de un personaje tan atrapado en la técnica que no conoce la pasión.
Con Barbara Hersey como madre castradora, Winona Ryder como bailarina en decadencia y Vincent Cassel como magnético director de la compañía de danza, Aronofsky forma las piezas de un puzzle opresivo y angustioso en el que solo hay una meta: la absoluta perfección del espectáculo.
El coreógrafo de la cinta, Benjamin Millepied, aseguró que «todo lo que se ve en la película sucede de verdad en el mundo del ballet».
Pero en la ficción, Aronofsky busca también la fatalidad de su protagonista. El personaje de Portman, lejos de encontrar el equilibrio, desemboca en la psicosis más absoluta y la cinta acaba siendo una víctima más de ese descontrol. Aronofsky da un paso en falso al bailar con el terror, que posee y desmelena el tercio final de Black Swan.
Por eso, al terminar la proyección, los periodistas se encontraron atrapados entre los extremos, del aplauso y del abucheo, ante un filme igualmente esquizofrénico.
Por su parte, el cineasta Robert Rodríguez presentó fuera de concurso su última película, Machete, en la que el director tejano prende la mecha de una revuelta de inmigrantes mexicanos contra la corrupción en Estados Unidos.
En un momento en el que está muy de actualidad la controvertida y restrictiva ley de inmigración del Estado de Arizona, el cineasta estadounidense ofrece una visión tan particular, como sangrienta y, en ocasiones, disparatada de la situación que los inmigrantes mexicanos viven a uno y otro lado de la frontera.
Muy fiel a su estilo, Rodríguez (Texas, 1968) exhibe 105 minutos de metraje donde los tiroteos vienen acompañados por la obsesión casi enfermiza por las armas blancas del protagonista, un ex policía federal de México apodado Machete y al que da vida el estadounidense de ascendencia mexicana Danny Trejo.
Machete, en cuyo reparto figuran además Michelle Rodríguez, Jessica Alba, Lindsay Lohan, Robert de Niro y Don Johnson, cuenta la historia de un ex agente mexicano que, en la lucha contra el narcotráfico en su país, pierde a su mujer e hija y que, ya en EEUU, se verá envuelto en una trama de corrupción en la que está implicado un senador de Texas y el mismo traficante de drogas que se encontró tiempo atrás, interpretado por Steven Seagal.
