Con la amenaza muy real del boicot de los insurgentes, que ayer dejaron cuatro muertos en un ataque suicida como macabro prolegómeno de lo que podría ser otra jornada de extrema violencia, Iraq celebra hoy unas elecciones clave para la historia del país, que pondrán a prueba un sistema que se gestó en los últimos cinco años y que se ha visto influido recientemente por señales de revanchismo político.
Más de 6.000 candidatos concurren para ocupar los 325 escaños en el Parlamento. Pertenecen a una amplia gama de alianzas y grupos políticos que buscan integrar a todos los sectores y cultos de esta nación, para lograr una reconciliación aún pendiente.
Será la segunda Cámara elegida en el Estado que surgió tras el derrocamiento de Sadam Husein en 2003. En enero de 2005 hubo unas elecciones constituyentes, en las que no participaron los sunitas, y la Asamblea actual fue elegida en diciembre de ese año.
Por primera vez en la historia de país, los iraquíes acuden a las urnas con listas abiertas, lo que dará la posibilidad a los votantes de optar por un determinado grupo político o, independientemente, uno de sus representantes. «Este sistema permitirá conocer la fuerza que tiene un candidato en la sociedad», indicó el diputado y aspirante en estos comicios Azat al Shabandar, un legislador independiente integrado a la lista encabezada por el primer ministro, Nuri al Maliki.
Los pronósticos indican que ninguna de las grandes coaliciones sacará suficientes escaños para gobernar en solitario.
Al Maliki, en el poder desde 2006, se vislumbra como uno de los favoritos al frente de su coalición, el Estado de Derecho, dominada por el partido del primer ministro, Al Dawa, y que defiende una bandera no sectaria.
El jefe de Ejecutivo iraquí, según fuentes próximas a él, confía en que logrará unos 120 escaños del Parlamento, pero otros cálculos menos optimistas sitúan entre 80 y 90 legisladores su techo electoral. «Si no logra 120 encontrará dificultades para formar Gobierno», agregó Al Shabandar.
Al Maliki, un político que no ocupaba la primera línea antes de 2005, llegó a la jefatura del Estado después de una negociación de cinco meses, como figura de consenso para superar el atolladero político del país. Ahora, se presenta con una imagen política disminuida por el desgaste del poder, con muchas promesas electorales incumplidas y sin haber logrado controlar una violencia que torpedea las bases del Estado.
Los atentados de agosto y octubre pasados, con una serie de explosiones dirigidas contra ministerios y edificios públicos que causó centenares de muertos y llevaba el sello de Al Qaeda, han manchado el prestigio del primer ministro.
«Las explosiones que golpearon al país el año pasado tenían como objetivo reducir la importancia del éxito de la coalición dirigida por Al Maliki», admite Ali al Adib, un dirigente de su partido.
Además, para estos comicios, el mandatario ha sido abandonado por antiguos socios políticos que recelan del afán del jefe del Gobierno del país asiático de acaparar poder, según los analistas.
La coalición electoral que más daño le puede hacer es la Alianza Nacional Iraquí, encabezada por el mayor partido chiita, el Consejo Supremo Islámico Iraquí y al que están integrados, entre otros, el clérigo radical chiita Muqtada al Sadr. Dentro de esta alianza, los políticos que tienen mayor peso son el actual ministro de Finanzas, Bayan Yabr, y el ex primer ministro Ibrahim al Yafari. Este grupo quiere acaparar los votos que Al Maliki ha ido perdiendo tras las elecciones provinciales de enero de 2009, en las que la coalición del gobernante ganó en nueve de las 14 provincias.
Pero también destaca el ex primer ministro Iyad Alawi, un chiita aliado con uno de los vicepresidentes iraquíes, el sunita Tareq al Hashemi, y con el también dirigente sunita Saleh al Mutlaq, todos ellos en la llamada Lista Iraquí.
