Hace poco más de dos décadas, cuando se le preguntó cómo le gustaría ser recordado, aseguró que desearía ver en su lápida una frase sencilla: «Óscar Niemeyer, brasileño, arquitecto. Vivió entre amigos, creyó en el futuro». Esta cita describe con enorme precisión la personalidad del artista fallecido ayer en Río de Janeiro, tan solo 10 días antes de cumplir 105 años de edad.
A lo largo de su extensa vida, este genio se mantuvo fiel a sus dos grandes pasiones: el comunismo y la línea curva, la marca principal del trabajo al que se dedicó hasta sus últimos momentos, atendiendo con entusiasmo a los encargos de nuevos proyectos que no cesaban de llegar a su oficina en el barrio de Copacabana.
Entre las creaciones más recientes del padre de Brasilia está un gran teatro a ser instalado en el parque del Flamengo de Río, cerca del cerro Pan de Azúcar, el museo Pelé, en homenaje al rey del fútbol, y el edificio de la Universidad Federal de la Integración Latinoamericana (Unila), que está en construcción en la ciudad de Foz do Iguazú, en la Triple Frontera entre Brasil, Argentina y Paraguay.
Admirado y respetado en todo el mundo por su obra, el centenario arquitecto sudamericano recibió en los últimos años una lluvia de homenajes, pero también vivió una gran decepción: el cierre de su proyecto «más querido», el Centro Cultural Niemeyer, en Avilés, cuya inauguración fue suspendida a raíz de una disputa política en la ciudad norteña. De esta forma, el Gobierno regional lamentó «profundamente» la pérdida del proyectista, «un coloso del siglo XX, que fue reconocido en 1989 con el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, y que destacó especialmente por su explícito compromiso político».
Una vida de creación
Nacido el 15 de diciembre de 1907 en el seno de una familia de clase media de Río de Janeiro, Niemeyer se graduó como arquitecto en 1934, por la Escuela Nacional de Bellas Artes de Río. Más tarde se ofreció para trabajar para la oficina de Lucio Costa y Carlos Leao, seguidores en Brasil de los conceptos modernistas del genio francés Le Corbusier.
Su carrera logró un fuerte impulso a partir de 1940, cuando conoció y se hizo amigo del entonces alcalde de Belo Horizonte, Juscelino Kubitschek, quien le encargó la obra de reforma del barrio Pampulha. Ese proyecto fue el gran trampolín para que, tres lustros más tarde, al ser elegido presidente de Brasil, Kubitschek lo invitara a formar parte del equipo encargado de proyectar los edificios públicos de la nueva capital federal, Brasilia, cuyas líneas curvas convirtieron a Niemeyer en un nombre muy respetado.
Desde ese momento, realizó más de mil proyectos en su patria y en el exterior, entre ellos, las sedes del Partido Comunista Francés, en París, y del Editorial Mondadori, en Italia, en los que construyó «su propio museo de curvas», según el escritor galo André Malraux.
«Niemeyer odia el capitalismo y el ángulo recto. Contra el capitalismo, no es mucho lo que puede hacer. Pero contra el ángulo recto, opresor del espacio, triunfa su arquitectura libre y sensual, leve como las nubes», añadió el literato uruguayo Eduardo Galeano.
Amigo de Fidel Castro
El odio al capitalismo acercó Niemeyer al líder cubano Fidel Castro, de quien era amigo. El expresidente de Cuba llegó a afirmar en una ocasión que los dos eran «los últimos comunistas» del mundo.
En la recta final de su vida, Niemeyer estuvo permanentemente acompañado por su segunda esposa, Vera Lucia, con quien se casó en 2006, dos años después de la muerte de Anita Baldo, con quien estuvo durante 76 años.
La segunda boda del arquitecto generó tensión en su familia, y lo alejó de su única hija, Anna María, quien falleció en mayo pasado, a los 82.
Niemeyer, sin embargo, nunca se arrepintió de la decisión de volver a pasar por la vicaría: «El futuro es problemático e incierto para todos nosotros. La vida es un soplo… Lo que todavía puede ser un consuelo es tener al lado una mujer, una buena compañera».
De esta forma, el gobernador de Brasilia, Agnelo Queiroz, decretó luto oficial de siete días por la muerte del arquitecto. «La ciudad llora por Niemeyer el mismo llanto sentido y melancólico de los huérfanos. Porque es así, como una hija, que la ciudad siempre se sintió en relación al grandísimo Óscar», apuntó.
