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Hearst, el gran acaparador de arte

por Redacción
23 de septiembre de 2012
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En 1941, Orson Welles llevaba a la gran pantalla la vida del magnate y empresario de la comunicación William Randolph Hearst en la mítica película «Ciudadano Kane», en la que se desvelaba su poliédrica personalidad. Una de sus facetas menos conocidas fue su pasión por el arte, con especial predilección por el arte español, que le llevó a invertir grandes fortunas en la compra de piezas artísticas y bienes inmuebles con las que consiguió formar una de las colecciones más importantes de la época.

El arquitecto e investigador José Miguel Merino de Cáceres y la profesora Maria José Martínez Ruiz han escudriñado en esta desconocida faceta de la vida de Hearst para compilar su trabajo en el libro «La destrucción del patrimonio artístico español. W. R. Hearst: el gran acaparador» (Colección Arte Grandes Temas- Ed. Cátedra), en el que hacen un completo y detallado repaso a la actividad desarrollada por el multimillonario norteamericano en España y sus desafortunadas consecuencias para la conservación de los bienes culturales.

Merino de Cáceres define a Hearst como «un coleccionista compulsivo», cuya máxima aspiración era crear un gran museo de arte medieval en la Universidad de Berkley a imitación del que su homólogo de fortuna Rockefeller creó con claustros de procedencia francesa; pero la ruina económica a la que se vio abocado tras la crisis del 29 le hizo olvidar esta idea y tuvo que vender muchas de las piezas artísticas que reunió para poder recapitalizar sus negocios.

Hearst puso sus ojos en España guiado en gran medida por el arquitecto Arthur Byne, buen conocedor del arte español que le ayudó a conseguir muchas de las piezas que compró en este país, ya que el empresario «no era un hombre muy culto y se fiaba únicamente de su gusto, aunque tenía buenos conocimientos sobre cerámica, tapices y armaduras».

La situación de pobreza e incultura de la sociedad española del primer tercio del siglo XX, unido a la ausencia de legislación en materia de protección de patrimonio fueron el caldo de cultivo propicio para algunos tristes episodios, algunos de ellos relacionados estrechamente con Segovia como la venta de monasterios en Sacramenia, Cuéllar o Fuentidueña que fueron trasladados a Estados Unidos piedra a piedra para ser reconstruidos en alguna de las propiedades del magnate.

Para Merino de Cáceres, la principal conclusión que se extrae del libro es que España ha perdido una parte importante de su patrimonio «de forma consciente y deliberada y por mala educación, no como en otros países, que se perdió por guerras o desastres naturales»; y asegura que la ambición económica de los propietarios de los bienes unida a las corruptelas políticas de la época hizo posible la destrucción del patrimonio».

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