La familia de Mehmet Asher es una de las afortunadas. Su cuñado fue rescatado con vida tras quedar atrapado durante 10 horas en el escenario del peor accidente minero de Turquía, en el que murieron cientos de personas.
Pero a pesar del trauma de ver el sufrimiento de sus amigos y compañeros, los trabajadores no tendrán más opción que regresar bajo tierra cuando el yacimiento de Soma reabra.
«Mi cuñado tendrá que volver a la mina, porque necesitan el dinero. Le quedan dos años para retirarse», cuenta Asher cerca de la morgue, donde se preparan los cuerpos para el entierro, en la vecina ciudad de Kirkagac.
Mientras, en el hospital se recuperan los supervivientes del siniestro. En el muro exterior se encuentra grabada una frase: La gente da su vida por un puñado de carbón. Junto a ella, hay dos picos cruzados.
Las familias empezaron ayer a enterrar a sus maridos, padres, hermanos o tíos, mientras los habitantes de Soma se preparan para asistir a los funerales.
Nadie sabe cuántos cuerpos siguen todavía en la galería. Los trabajos de rescate continúan, con los equipos actuando contrarreloj para entregar al menos los cadáveres y que puedan darles sepultura.
Turquía se ha sumido en el dolor, pero también hay un creciente sentimiento de indignación por las deficientes y caóticas condiciones de trabajo en la mina.
Los mejor pagados no reciben más que 440 euros mensuales, una cantidad que difícilmente llega para mantener a la familia. Muchos están endeudados y pasan apuros para pagar el alquiler, la electricidad o el colegio de sus hijos. «Es el único trabajo en la zona, no hay nada más por aquí», explica Cenar Karamfil, un minero retirado que se acercó al lugar al tener noticia de la explosión.
Karamfil, que ahora trabaja como electricista en Estambul, asegura que las condiciones de trabajo en Soma son insoportables. «Hace tanto calor y se suda tanto que apenas se puede respirar. Pero la gente vuelve abajo. Necesitan el trabajo», relata emocionado.
Mientras, el dueño de una tienda aguarda junto a su mujer noticias del padre de su mejor amigo, con la esperanza de que haya sobrevivido. «Nadie nos dijo nada todavía. Esperamos que todavía esté en la mina. Estamos esperando», afirma.
Su esposa está indignada con el Gobierno, sobre todo con el primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, quien indicó que ese tipo de accidentes son comunes en las minas. «Estoy muy triste, ¿cómo puede decir eso?», se pregunta.
Ella es una de los muchos vecinos de la zona que culpan de lo ocurrido a las autoridades, por su fracaso a la hora de imponer medidas de seguridad. «El Ejecutivo gastó mucho dinero para construir un nuevo salón de actos aquí. ¿Por qué no invirtieron ese dinero en seguridad para las minas?», lamenta. «Ahora toda la ciudad sufrirá», asegura. «Los mineros son una parte importante, tienen muchos créditos. ¿Quién pagará ahora sus deudas?», se cuestionó.