Mientras unos minimizan la gravedad de la contaminación urbana, otros, más comprometidos con la salud de los ciudadanos, ya proponen ideas para reducir los nocivos efectos del esmog. Entre los primeros, Ana Botella, concejala madrileña del PP, frivolizó ayer parafraseando un conocido dicho torero al insinuar que «más asfixia el paro». Entre los segundos, los ecologistas de WWF ya aconsejan que se impongan tasas a los coches más contaminantes, como los todoterreno y en general los de motor diésel.
En cuanto al Gobierno, descartó que la única solución para mejorar la calidad del aire sean las medidas fiscales, pero tampoco abandonará esta posibilidad una vez que se evalúen las sustancias con un peor impacto en la salud y en el medio ambiente.
La titular del departamento de esa rama, Rosa Aguilar, explicó a los periodistas que el Ejecutivo no tiene ningún afán recaudatorio y añadió que la respuesta para la salud de la ciudadanía no está «solo en la fiscalidad».
Aguilar se reunió con el presidente de la Federeación Española de Municipios y Provincias, Pedro Castro, para impulsar la colaboración entre su Ministerio y la FEMP en la lucha contra la contaminación atmosférica en las ciudades, y acordaron la firma de un protocolo el 29 de marzo, en cual se institucionalizará la cooperación entre la FEMP y el Gobierno.
Durante la reunión, Castro propuso impulsar la peatonalización de los cascos urbanos antiguos e incentivar el transporte público, sugerencias que la ministra dijo compartir.
Aguilar explicó que se analizarán las sustancias que repercuten en la salud y el medio ambiente y, en función de los resultados, se adoptarán medidas.
Hace años, la lucha contra el cambio climático impulsó la bonificación de la compra de los coches diésel porque eran vehículos con un índice bajo de emisiones de CO2 (el primer gas responsable del calentamiento global), y hoy algunos expertos propugnan que se penalice fiscalmente las emisiones de otros tipos de gases.
Previamente a esta reunión, la anécdota en el Ministerio la protagonizaba el presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, que mostraba su asombro respecto a la «boina» que cubre la capital.
Revilla aseguró, con la campechanía que le siempre le caracteriza, que ya sentía «la polución en la garganta» y «dificultades para hablar con claridad».
