Con Muamar el Gadafi en paradero desconocido y la mayoría de Estados del mundo prestos a reconocer y ayudar al Gobierno rebelde, el recuerdo de los errores cometidos en la transición iraquí sobrevuela como una amenazante sombra el incierto futuro de Libia.
Tras meses de duros y cruentos combates, salpicados de continuos avances y retrocesos, las tropas insurrectas alcanzaron este pasado fin de semana la capital, y dicen controlar ya un 95 por ciento del país.
Con la anhelada victoria al alcance de la mano, parece inevitable trazar un paralelismo con la caída en 2003 del presidente iraquí Sadam Husein, quien igualmente estuvo desaparecido durante meses mientras su régimen se desmoronaba.
Según explica Pieter Wezeman, experto del Instituto Internacional para Investigaciones sobre la Paz de Estocolmo, uno de los Think Tank más importantes del mundo, el principal enemigo de los insurgentes, al igual que en Irak, son ahora ellos mismos y su ecléctica urdimbre, integrada por tribus rebeldes diversas, con un alto grado de orgullo regional y rivalidad.
Hasta la fecha, el grueso de las operaciones y de la actividad diplomática ha estado centralizado en Bengasi. Sin embargo, los combates también son cruentos y esenciales en la amplia región occidental de la Tripolitania, cuyas tribus exigirán su pedazo del pastel.
Integrada por una amalgama de nómadas, socialistas y nacionalistas árabes, islamistas moderados y radicales, fuerzas laicas, tecnócratas y hombres de negocios, la oposición carece de un líder carismático.
«Todos los grupos han tenido acceso a los grandes arsenales de armas del régimen», indica Wezeman. «Es muy importante que tan pronto como la situación lo permita, se inicie un proceso de desmovilización y desarme para impedir un estallido de la violencia armada en el interior del país» como ocurrió en Irak, añade.
Lastrado por la errónea decisión de desmantelar el Ejército y destruir por completo el partido socialista Baaz, Bagdad se sumió en un vacío de poder que le abocó a una guerra civil cuya coletazos aún sacuden su esperanza democrática. Al enfrentamiento entre sunitas y chiitas se sumó la cruenta aparición de Al Qaeda, hasta entonces reprimida por el dictador.
Casi una década después, Irak ha recuperado su producción de petróleo, pero es aún un Estado débil e inestable.
El pasado domingo, el líder del Consejo Nacional de Transición (CNT), Mustafa Abduljalil, pareció ser consciente de esos peligros al amenazar con dimitir si la oposición no se ajusta a su estrategia. Abduljalil, que fue ministro en el Gobierno de Gadafi antes de desertar, también instó a los insurrectos a contenerse, actuar con sensatez y evitar las venganzas.
Así, el éxito o el fracaso de la transición libia parece condicionado a la capacidad de los rebeldes de mantener en segundo plano sus abiertas diferencias y despejar las sospechas que se ciernen sobre elementos del pasado régimen que, pese a ello, pueden ser útiles para el futuro.
