Cinco civiles y un soldado de la OTAN perdieron la vida ayer en dos atentados -uno de ellos, suicida-, registrados con pocas horas de diferencia en la ciudad afgana de Kandahar.
El más grave de ellos ocurrió en torno a las 08,00 hora local, cuando un kamikaze hizo estallar su coche al paso de un convoy de las tropas extranjeras en la carretera que une la citada ciudad sureña con Spin Boldak. El ataque causó la muerte de cuatro civiles y un militar de la Alianza Atlántica, y fue reivindicado por un portavoz talibán, Mohamed Yusuf Ahmadi, tal y como adelantó el órgano de Gobierno del Estado asiático, que lo atribuyó a los «enemigos de Afganistán».
Horas más tarde, el Ministerio de Interior informó de la explosión de un coche bomba en los aparcamientos de la comisaría central de la misma localidad, que causó el fallecimiento de una persona y heridas a otras 16, nueve de ellas policías.
Tras dar a conocer los hechos a la prensa, el Ejecutivo anunció a los periodistas que a partir de ahora tendrán prohibido informar sobre los atentados que cometan los talibanes, alegando que realizar esta cobertura solo animará a los milicianos islamistas.
Los reporteros solo podrán cubrir las consecuencias de los actos violentos con el permiso de la Dirección Nacional de Seguridad (NDS), según afirmó esta agencia dedicada al espionaje, que afirmó que detendrá a los trabajadores que graben atentados sin permiso y que confiscará sus equipos. «La cobertura no beneficia al Gobierno, pero sí beneficia a los enemigos de Afganistán», aseguró el portavoz de la NDS.