A diferencia de veranos pasados, el Getafe llega a Segovia dolorido. Sangrando no, porque al final la vena guerrera azulona logró ponerle una tirita a la campaña, al salvar la permanencia en Primera, pero dolorido sí. Al menos, más que durante los últimos años, en los que su gran actuación en la máxima categoría del fútbol, llevándolo incluso a pasearse con maestría por Europa, le había traído a Segovia con el cartel de ‘menudo importante’ en la Liga de las estrellas.
Los logros conseguidos, que habían llevado a entrenadores sin experiencia como Quique Flores o Bernd Schuster a los banquillos de Valencia y Real Madrid respectivamente, continuaron con Michael Laudrup; el último conocido en el esférico mundo y desconocido en los banquillos que pasó varios días de julio en Segovia. Víctor Muñoz, el técnico que sustituyó al danés el año pasado, fue, desde el principio, otra historia; una que no iba con la del Getafe.
Por eso Ángel Torres, presidente del club madrileño, decidió prescindir de Muñoz a final de temporada y confiar en otro de los grandes que ha dado el fútbol español, de nuevo, sin doctorado en los banquillos de Primera. Míchel logró ponerle tiritas al corazón partío de la afición azulona y se ganó estar en estos momentos en Segovia. Preparando la sexta temporada consecutiva del Getafe en la Liga de los grandes. Poniendo frío sobre el dolor de un equipo que espera estar plenamente recuperado lo antes posible. Lo mismo que pretende Casquero, que entrena estos días apartado del grupo.
Y no parece mal encaminado el equipo de Míchel, y no solo porque Mario pareciese sobrado de hielo al hacer una entrada triunfal en La Albuera. Nevera en mano, al defensa le pudieron los nervios del primer día de trabajo y se le estrellaron contra el suelo, uno a uno, los cubos que llenaban el frigorífico de playa.
Por si acaso, la médico del equipo no dejaba de avisar a los jugadores para que se echasen vaselina (Ya se sabe, para evitar ampollas…y el posterior dolor), mientras los palos amarillos repartidos por todo el campo de La Albuera y los balones colocados en fila aguardaban pacientes el momento en que serían utilizados.
Míchel y su cuerpo técnico dividieron al equipo en tres rondos, y el entrenador no dejó de pasearse por los grupos dando ánimos. En uno de ellos, mostrando síntomas del buen ambiente que rodea al grupo, Adrián, hijo del míster, bromeaba con Soldado y Rafa, a la par que en otro se escuchaba a Cortés, de manera continua, contar y recontar los toques que conseguían dar de forma seguida.
Momentos más tarde llegó lo duro. Carreras continuas de más de tres vueltas al campo que se alternaban con varios minutos de toque rápido de balón en forma de partidillos. Así hasta tres veces. Míchel repetía sin cesar “venga que ya no queda nada”. Pero quedaba lo mejor, lo que más gusta a jugadores y a los pocos aficionados que se dieron cita en las gradas; el partidillo de verdad. Los veinte minutos de caramelo que, lejos de sumar sufrimiento, endulzan esta época de precampaña.
Quizás porque faltaba Uche y Codina guardaba los palos, aunque tampoco estuviese Ustari, no se vieron goles. Lo que sí se vio es que este Getafe no padece, como podría hacerlo el argentino, de gripe A. Puede incluso que esté curado de cualquier dolor previo a la llegada de Míchel. Así se explicaría que los utilleros, con más intención que Mario, acabasen la jornada desparramando los hielos sobre el césped de La Albuera.
