“Es una liberación tremenda. Es maravilloso poder dejar por un rato el mundo que tenemos aquí abajo y liberarse uno por allí arriba”. A sus 81 años, el palentino José María Díez puede presumir de ser uno de los hombres más longevos de los que vuelan en ultraligero. “Sí que los hay de más edad que vuelan con copiloto, pero, según me han dicho, debo ser el más mayor que lo hace solo en España”, sonríe.
Pese a su edad, José María irradia una juventud y energía envidiables. A simple vista podría decirse que guarda el secreto de la eterna juventud, pero, según él, la fórmula es mucho más sencilla: “creo que esto es sobre todo tener suerte”, bromea. Sin embargo, sí tiene algunas pautas básicas para “estar en forma”, como hacer deporte, llevar una vida saludable y sin excesos y una alimentación sana.
En el aeródromo de Villoldo guarda su mejor tesoro: un ultraligero francés que compró hace un tiempo en Toledo y el que asegura le da la “libertad” y la “liberación” necesarias unos cuantos días al año. “Es fantástico, maravilloso. Tener la libertad de poder ver paisajes inigualables no tiene precio. Tengo fotografías aéreas espectaculares”, relata orgulloso.
Hace 16 años, tras la pérdida de su hijo, de 27, decidió embarcarse en una aventura de altos vuelos y se apuntó a una escuela de aviación. “Mi hijo era muy aficionado a estas cosas, así que después de morir, yo quise continuar lo que había empezado un poco como homenaje a él. Además, he trabajado como mecánico motorista y siempre me han llamado la atención los aviones y todo lo que se relaciona con ellos”, explica. Así, a sus sesenta y cuatro años, José María decidió apuntarse a una escuela de vuelo, donde adquirió los conocimientos teóricos y prácticos para poder volar. “Mi mujer se quedó un poco anonadada. Pero ahora vuela conmigo”, sonríe.
En apenas veinte días, consiguió la formación necesaria y obtuvo el permiso para volar. Le costó más la práctica que la teoría. “La primera vez que vuelas no sabes ni dónde agarrarte cuando despega el avión, pero yo digo que volando se quita el miedo y es verdad”, añade.
Sin embargo, en estos 16 años que José María lleva ‘en el aire’ ha tenido algún que otro “susto”. “El último fue en febrero, cuando me metí, no sé si era una nube o un banco de niebla, y no veía absolutamente nada alrededor. Los aparatos, que trabajan casi todos por presión atmosférica, se volvieron locos. Estaba muy asustado, no sabía cómo salir de allí. Pensé: dos cosas me quedan, una rezar y otra serenarme y tratar de salir de este lío”. Por fortuna, logró aterrizar. Y hoy, pasada la aventura, quiere seguir haciendo lo que más le gusta: volar.
