A la espera de que alguna de las tres investigaciones que ya se han puesto en marcha certifique cuáles fueron las causas del atropello mortal de Castelldefels, todo apunta a que el fallecimiento de 12 personas tuvo una génesis tan dramáticamente obvia como la imprudencia. Uno de los pasajeros del tren de cercanías que transportaba a las víctimas y que salió ileso del trágico suceso relató ayer que el convoy, que transportaba a cientos de personas hasta la playa del pueblo barcelonés para celebrar la noche de San Juan, estaba casi lleno
-trasladaba a 700 pasajeros de los mil que puede acoger- y, tras detenerse en el andén, «estalló la euforia para llegar a la verbena».
Ese explosivo cóctel de prisa y alegría, protagonizado por personas en su mayoría tan jóvenes como impulsivas, muchos de origen sudamericano, se tradujo en que el pasaje, «que iba muy apretado en los vagones», salió «como una ola de agua» rumbo al andén e, inmediatamente, «el 70 por ciento» bajó a las vías para cruzarlas.
«En cinco segundos», relataba el afortunado testigo, llegó el tren Alaris que les arrolló, matando a 12 de ellos y provocando heridas a otros 13, tres de los cuales se debatían ayer entre la vida y la muerte-una chica de 25 años con fractura de pelvis, y otras dos de 18 con fractura de tibia y peroné, además de un fuerte traumatismo craneal en uno de los casos-.
El superviviente relató, en coincidencia con todas las versiones oficiales, que había un paso subterráneo habilitado para cruzar el trazado ferroviario de manera segura, mientras que el paso a nivel del suelo estaba cerrado con una cadena.
«Se empezaron a escuchar golpes; toda la gente estaba gritando, llorando y en estado de shock», relató Marcelo Cardona, que contempló impotente a muchas personas mutiladas, agonizando, y las vías sobre las que yacían los cuerpos cubiertas de sangre.
Ante tan dantesco espectáculo, él y su esposa, Saida Villarroel, ambos vecinos de Barcelona y que viajaban con su hija, de ocho años, optaron por apartarse y esperar en un punto que distaba 70 metros del paso subterráneo. Después, los tres fueron a una fiesta en un bloque de pisos cercano a la estación, como tenían previsto.
Por supuesto, aunque las circunstancias del siniestro parecen bastante claras, máxime dado que, tal y como aclararon los responsables de Renfe, el tren Alaris responsable del atropello, que no tenía parada en esa estación, circulaba a la velocidad adecuada y realizó numerosas advertencias acústicas, lo cierto es que serán las pesquisas oficiales las que concreten todos esos extremos.
Serán Adif y la propia Renfe quienes destinen a tal fin a numerosos expertos, cuya labor apoyará al pertinente proceso abierto por el juzgado de guardia de Gavà.
Con toda probabilidad, la palabra clave de los informes que habrán de redactarse será imprudencia, tal y como también anticiparon el ministro de Fomento, José Blanco, y el presidente catalán, José Montilla, quien confirmó que las víctimas ignoraron el paso subterráneo y cruzaron la línea férrea por un punto no indicado.
Por el momento, ya se sabe que el conductor del Alaris dio negativo en la prueba de alcoholemia y, pese a que todo apunta a que no tuvo responsabilidad en la tragedia, se halla sumido en un profundo estado de nervios y necesita atención psicológica.
Ese mismo tipo de consuelo fue proporcionado por el Ayuntamiento de Castelldefels a los familiares y amigos de las víctimas, que contemplaron impotentes cómo los fallecidos eran trasladados al centro de medicina forense de la Ciudad de la Justicia, donde ayer se continuaban realizando labores para concluir una identificación de los restos que, con toda probabilidad, se hará pública hoy mismo.
Adif, el ente público encargado de gestionar los ferrocarriles, recordó que la ya infausta estación de Castelldefels Playa fue inaugurada en octubre de 2009, por lo que las instalaciones contaban con todas las medidas legales de señalización, y que en el momento del accidente se encontraban abiertas y operando con normalidad.
Sin embargo, amigos y familiares de las víctimas, así como algunos representantes consulares ecuatorianos -al menos cinco víctimas son de ese país- denunciaron que la zona no estaba bien señalizada, y apuntaron que el paso subterráneo se encontraba «colapsado» por la gran afluencia de gente.
Al mismo tiempo, pusieron de manifiesto que el paso a nivel del suelo está clausurado desde la inauguración del subterráneo, de 3,5 metros de anchura y que cuenta con ascensores de acceso para usuarios con movilidad reducida.
