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Pero, ¿qué está pasando?

por Ángel Gracia Ruiz
28 de diciembre de 2025
ANGEL GRACIA
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En ocasiones pienso: pero, ¿qué está pasando?

Una banda de presuntos delinquiendo y gobernando. Legislando a su favor, esclavizando, robando y engañando a quienes los sostienen. Una gran pandilla de incultos dirigiendo estados y macro estados, órganos y corporaciones, economías y bancos, inflándose a ganar sueldazos con la venta de su dignidad a cambio del cumplimiento de las órdenes de gentuza sin escrúpulos cuya única meta consiste en acumular más fortuna de la que se puede gastar en una vida.

Lo que está pasando es que estamos asistiendo al nacimiento de una casta que pretende erigirse en impune ante una ley dictada por ellos mismos, obligatoria  exclusivamente para los súbditos que los sostienen, a quienes no aniquilan, matándolos, porque los necesitan para alimentarse de los frutos de sus trabajos.

Resulta curioso que un zapatero pueda acumular una presunta fortuna cercana a los mil millones de euros; que un Jordi se haya dedicado, supuestamente, a blanquear billetes morados a miles y, tras veinte años, cuando se le juzgue finalmente, haya dejado ya su cuerpo; que, desde esposas, ministros, presidentes de comunidades y secretarios generales, hasta alcaldes y concejalillos se hayan metido en los bolsillos, aparentemente,  comisiones ilegales; que nuestro encarcelamiento inconstitucional en casa los haya generado un tangible incremento patrimonial personal, al parecer, a través de sus comisiones embolsadas por las máscaras con las que nos taparon la boca; que desgracias y tragedias hayan sido el vehículo para abultar sus cuentas corrientes en el extranjero; que nos prohíban producir nuestra comida para comprársela, sin control sanitario alguno, al enemigo; que llenen nuestra tierra de una delincuencia que debemos sostener  través del pago de impuestos; que provoquen una invasión consentida que acabará, en primer término, con la esencia de nuestra identidad, para finalmente desembocar en un maremoto de muy complicados efectos de vaticinar; que lo que la gente pensaba que era democracia por el simple hecho de dejarles votar, se haya descubierto que es una posible farsa entrampada del resultado de sus votos; que hayan dilapidado los pilares sobre los que se asientan los cimientos de la sociedad: educación, sanidad y justicia.

Ya no existe siquiera el disimulo. Comienzan el año “embalizándonos”, a través de la obligación de llevar en el coche una lucecita que sólo sirve para estrujarnos un poco más y que sufraguemos así sus gastos en putitas, polvos y desmanes, llenándolos sus bolsillos apestados. Todo ello, acompañado por una modificación del organigrama judicial que lo llevará, definitivamente, al más absoluto caos sobre el que nadie habla, más que en “petit comité” ciertos grupitos de procuradores o abogados alrededor de una caña en la barra de un bar.

Y, cuando en ocasiones pienso: pero, ¿qué está pasando?, pienso que, en ocasiones, es mejor dejar de pensar.

Escribo estas letras sobre la línea del justo momento en el que el Gran Sol alcanza su punto más bajo en el cielo, finalizando su viaje hacia el sur y dando comienzo a su devenir hacia el norte. Desde este no pensamiento trasciendo al astro luminoso hacedor de la vida en la tierra, sin olvidar mi agradecimiento por tan evidente e indiscutible regalo, para adentrarme en la simbología de su divinidad. Esa simbología recogida por la tradición que nos sostiene y que esta nueva casta de diablos pretende hacernos olvidar. Esa tradición indo-europea que guió la vida de nuestros ancestros, desde oriente hasta occidente, desde la India hasta Galicia, en su paso por las culturas persa, escandinava, germánica, griega, romana y celta. Esa tradición que nos anima a mirar hacia dentro, a adentrarnos en el silencio alejado del discurso incesante de los “oscuros”, que no nos deja parar ni un momento. A esa fuerza que hace resurgir la luz interior y recordar la herencia que hemos recibido del gran esfuerzo de nuestros antepasados y al compromiso adquirido con ellos. A ese eslabón que nos engancha a nuestro linaje solar y nos lleva hacia nuestro verdadero origen esencial. A esa certeza que nos hace conocedores de nuestra pertenencia al batallón luminoso que, por el simple hecho de estar en él, disipa la oscuridad.

En aquellos tiempos, los reyes se postraban a los pies de los sabios para recibir su enseñanza; ahora, el rey se esconde en su casa, por si acaso le salpica el barro. En aquel entonces, los dirigentes luchaban por el mantenimiento del orden en el que se desarrollaba la vida de la población; ahora, los gobernantes abandonan y explotan a la población para forrarse a su costa. En aquellos días, los trabajadores generaban riqueza para el sostenimiento de la sacralidad de los acontecimientos; ahora, la población se dedica a sobrevivir egóica y aisladamente para tratar de solucionar los problemas en los que estos ladrones les han sumergido. Todo se ha convertido en un “¡sálvese quien pueda!” y un “¡aquí todo vale!”.

El solsticio es un gran momento para dejar de pensar un momento. Un gran instante para entrar a valorar el sentido de nuestra vida durante este último ciclo. Un espacio cósmico interior ideal para reencontrar el discernimiento entre lo real y lo ficticio, el desapego a lo innecesario, la auto indagación en quién somos realmente y el acercamiento a los que saben, para que puedan ayudarnos a rememorar el verdadero sentido de nuestra existencia.

Los “oscuros” saben que si recuperamos nuestra gran arma, su guerra está totalmente perdida; por ello, su técnica en esta batalla se sostiene sobre la mentira, el entretenimiento, la confrontación ideológica y la farsa que oculta lo que sabemos que realmente es y entierra el conocimiento de quiénes somos en verdad.

En ocasiones pienso: pero, ¿qué está pasando? Y, cuando dejo de pensar soy consciente de que nos han robado nuestra sacralidad.

Comienza el viaje del Sol hacia el norte. En pocos días, todo se verá con más claridad.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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