Recuerdo mis conversaciones con Julio Anguita por el Salón de los Pasos Perdidos en el Congreso. Estando ideológicamente en las antípodas como estábamos, sin embargo hablábamos sin tapujos y cada uno defendiendo sus propias ideas. Yo le preguntaba cómo podía aceptar una ideología que había asesinado a más de 100 millones de personas, y él trataba de explicarme que el comunismo europeo al que él pertenecía era otra cosa. También aprovechaba y me daba leña por lo que entendía que nosotros no hacíamos bien. Pero lo importante es que éramos capaces de hablar, de respetarnos, de reflexionar conjuntamente e incluso de llegar a acuerdos en muchas ocasiones.
Cuando le invité a venir al club Alonso de Ledesma no lo dudó, aún a sabiendas que no venía a un sitio cómodo para él. Recuerdo también que algunos miembros del partido comunista de Segovia con quienes yo tenía relación me dijeron que estaban sorprendidos de que hubiera aceptado, porque ellos no habían conseguido traerle a Segovia aunque se lo habían pedido insistentemente. Yo les contesté que todo consistía en el respeto, en la cortesía, y en no considerar enemigo a quien es simplemente adversario político. Eso es lo que hizo que nos tuviéramos respeto y aprecio sincero pese a nuestras divergencias políticas. Y es que como decía Rousseau: “Siempre es más valioso tener el respeto que la admiración de las personas”.
También tuve la ocasión de tratar con Erik Clavería, un destacado neurólogo de prestigio internacional que tuvimos la suerte —sobre todo yo— de que ejerciese en el hospital de Segovia. Nuestra relación inicial fue exclusivamente profesional, aunque es de justicia recordar y lo hago con gusto, que con 36 años y tras un duro problema de salud, él me salvó la vida. Más adelante, primero en su consulta —donde me solía recibir fumando, como era habitual entonces— y después en algún bar tomando algún que otro café, discutíamos amigablemente de política. No coincidíamos en las ideas, porque era un comunista convencido, y sabía que yo no comulgaba con esa ideología, pero defendíamos nuestros puntos de vista sin acaloramiento y con serenidad. No nos convencíamos el uno al otro, pero era muy reconfortante poder meditar sobre opiniones diferentes y tener ese intercambio de pareceres. Cuando años más tarde me vio en las listas del Congreso, me dijo una frase que no he olvidado: “Contigo he hecho un cuadro perfecto, y lo acabas de echar un escupitajo”. Y es que tras mi aneurisma cerebral él me había recomendado vida tranquila y poco estrés, así que no le gustó nada aquella decisión. Pero me lo dijo desde la amistad, así que no me molestó en absoluto. Además, como alcalde de La Granja, imagino sabía de qué hablaba.
Puedo decir también, y con satisfacción, que con algunos diputados del PSOE también tuve una relación cordial, pese al las diferencias ideológicas. Recuerdo a Juan Muñoz con quien tuve una relación correcta, incluso afectuosa, y también recuerdo a Ángeles Amador que era una auténtica señora. Con Fernández de la Vega comenzamos mal y luego mejoró un poco la relación, pero a partir de entonces, tanto con Oscar López como con Juan Luis Gordo, el nivel de cortesía bajó de tal manera que era prácticamente imposible una relación de cordialidad. Y ha ido a peor según me dicen.
Lo que pretendo señalar, y ya me perdonarán que para ello haya utilizado algunas vivencias personales, es que es posible tener una buena relación mientras se defienden las ideas, por muy diferentes que sean. Levantar un muro como ha hecho Pedro Sánchez es justo lo contrario de lo que hay que hacer. Hay que destruir ese muro, porque siempre es mejor la concordia que la confrontación.
Lo que necesitamos es volver al espíritu del 78 y no poner en peligro la convivencia entre españoles. Porque a los que vivimos aquella impecable Transición y fuimos testigos de los sacrificios y el ejemplo de tolerancia de los políticos de entonces para conseguir esa magnífica Constitución Española —que fue el resultado de las ansias de paz y concordia de todos los ciudadanos de bien— nos cuesta entender a algunos insensatos que pretenden levantar muros, dividirnos de nuevo y provocar el odio de unos contra otros. Es sencillamente inaceptable. Pero también es algo difícil de soportar porque se necesita mucho sectarismo y maldad para continuar en esa línea, que es una práctica intolerante que degrada la democracia y sustituye la confrontación dialéctica por el ultraje al adversario. Es decir, la perversión de la política.
Pero parece que algunos tienen mucho interés en cargarse el espíritu de la Transición y volver a las andadas de la confrontación. Y eso es muy peligroso. Por lo tanto, hay que evitarlo toda costa y hay que demoler ese muro. Quizás el resultado de las elecciones en Extremadura sean el inicio de la demolición. Eso espero.
Y como estamos en Navidad, no está de más exaltar la tolerancia, la generosidad, la amabilidad, la cordialidad y desacreditar la división, la discordia, el desacuerdo y la ruptura entre españoles.
Feliz Navidad a toda la gente de bien.
