Venezuela lucha por su libertad, pero no sólo por ella. Apenas se libere, Venezuela se lanzará a perseguir la corrupción chavista y España podrá profundizar el castigo a sus cómplices españoles. Cuba y Nicaragua se liberarán de sus respectivas dictaduras. En definitiva, la libertad de Venezuela definirá la libertad posible en una parte importante del mundo y en el futuro inmediato: si la mezcla entre ideología, petróleo y cocaína permitió al chavismo un alcance global durante un cuarto de siglo, cabe esperar que su desmontaje tenga una repercusión al menos similar. Esta es la nueva causa americana, causa que trasciende lo político, lo nacional y lo regional para convertirse en cultura y espíritu de la época.
Es revelador comparar lo que está pasando ahora en Venezuela con la primera causa americana. En una carta dirigida al Libertador Simón Bolívar en diciembre de 1826, Andrés Bello, sabio venezolano y padre de la patria chilena, firma autodefiniéndose como “un honrado y fiel servidor de la causa americana”. Esa causa, tomando en cuenta la fecha, era la independencia de la América hispana. Sin embargo, dieciséis años antes, esa misma causa, liderada por los mismos Bolívar y Bello, lo que perseguía era liberar al Reino de España en su totalidad (Venezuela incluida) del despotismo en el que degeneró la madre de todas las revoluciones, la Revolución Francesa. Hoy, doscientos años después, la lucha es contra un engendro postrevolucionario diferente, más sofisticado y más letal: es narcoterrorista, trasnacional, usurpa un estado soberano y su rostro más visible se llama Nicolás Maduro Moros.
La causa americana original, la que se inicia el 19 de abril de 1810 en Caracas, tuvo una amplia y prolongada repercusión. En junio de aquel año, unos jóvenes Bolívar y Bello fueron enviados por la Junta patriótica venezolana a Londres para sumarse a los llamados “liberales” peninsulares exilados allí. Los liberales eran los españoles que, en oposición a los “serviles”, conspiraban contra la invasión de España por parte de Napoleón. De hecho, la palabra “liberal” entró a formar parte del lenguaje político en todos los idiomas gracias a ellos y entonces. Ese espíritu no iba sólo de política, por eso logró unir a los españoles del siglo XIX, peninsulares y no peninsulares: ese espíritu impulsa hoy a Venezuela a liberarse del sangriento fantoche surgido de los restos podridos de la revolución que se llamó “bonita” y que inició Hugo Chávez.
La primera causa “liberal” de la historia reaccionó ante el abandono de los ideales republicanos de la Revolución francesa de 1789. Inglaterra tiene mucho que ver con la forma de gobierno democrático que los venezolanos soñaban para su América. Bolívar lo define de esta manera el 15 de diciembre de 1819: “…cuando hablo de gobierno británico, sólo me refiero a lo que tiene de republicano, y la verdad ¿puede llamarse pura monarquía un sistema en el cual se reconoce la soberanía popular, la separación y el equilibrio de los poderes, la libertad civil, de conciencia, de imprenta, y cuanto es sublime en la política? ¿Y puede pretenderse a más en el orden social? Yo os recomiendo esta Constitución como la digna de servir de modelo a cuantos aspiran al goce de los derechos del hombre y a toda la felicidad política que es compatible con nuestra frágil naturaleza”. Esta idea posibilista de libertad cuajó en el subcontinente entero, forjó una estructura regional de repúblicas libres y sirvió de modelo para la posterior creación de las Naciones Unidas. De hecho, el sistema de relaciones internacionales, el orden mundial que ha estado vigente desde el final de la segunda guerra mundial en 1945 hasta ahora, es deudor de la América del sur: esta idea es la más interesante del nuevo libro de Greg Grandin, “America, América”.
La política venezolana tiene potencialidad global otra vez. Hoy, el pueblo de Venezuela, compacto en lo político, aunque desperdigado por culpa del chavismo, enfrenta una tiranía tutelada por Cuba, Irán, Rusia y China. Estas dictaduras madrinas de Maduro, aunque son distintas e incompatibles entre sí en muchos aspectos, combaten por igual la libertad democrática desde organismos como la ONU, medios de comunicación (como el New York Times) e internet. Hay progresistas que critican con aparente buena fe la lucha por la libertad de Venezuela esgrimiendo, paradójicamente, el respeto a la soberanía nacional que sólo les pertenece a los venezolanos por Constitución. El pueblo de Venezuela, tal como lo hicieron sus próceres antepasados, no solo agradece, sino que exige la ayuda de la comunidad internacional para lograr su libertad, lo hace con el derecho que le da su aporte histórico a la democracia, la convivencia y la paz mundial.
Ya no hay vuelta atrás en lo que se refiere a la liberación de Venezuela. Se han alineado los astros: su pueblo ha votado de forma aplastante; su voluntad ha sido demostrada al mundo; la heroica Premio Nobel de la Paz 2025 María Corina Machado está al frente de las fuerzas democráticas venezolanas; el resto de América del sur está despertando; EE.UU. ha decidido defender su seguridad nacional con coraje y ha señalado a Maduro como amenaza hemisférica. Un nuevo orden se está gestando. Una nueva causa americana está marcha. Está pasando.