Ante la pregunta de cómo es posible que en pleno siglo XX se hayan producido los genocidios nazis y soviéticos responden los antropólogos y psicólogos que además de unos locos que se alzan con el poder, hubo una decisión libre y responsable de una gran mayoría de la población que ha decidido acoger para si la mentira y el terror y que por tanto fueron actores necesarios para que se perpetrara dichas masacres.
En estos meses, RTVE está proyectando la serie histórica Ena, que por razones estrictamente de deber marital tengo la desgracia de seguir. Esta serie narra la vida de Victoria Eugenia de Battemberg, reina y esposa de Alfonso XIII. Está basada en la novela de la periodista y escritora Pilar Eyre. Tanto la novelista como el equipo de producción representan de forma nítida el ambiente ideológico, el caldo en el que nos sumergimos cada mañana, ese caldo que llamamos wokismo.
Que Alfonso XIII fuera pusilánime, iracundo, mujeriego, adúltero y que tuviera al menos una segunda familia estable con la cabaretera Carmen Ruiz Moragas, no es, por desgracia, nada nuevo. Sin embargo, centrar exclusivamente su papel en la película en estos aspectos responde a un interés, consciente o inconsciente, de proyectar unas ideas interesadas.
Cuando repasamos los otros roles masculinos de la serie, entre ellos, Primo de Rivera o el Conde de Romanones, en todos ellos encontramos varones que se alinean y hacen la pelota al Rey, son igualmente adúlteros, ególatras y adictos al poder.
Esta visión del hombre varón está tratado de tal forma perversa que resulta casi natural y, desde luego, verosímil extrapolarla al hombre de hoy en día y al de todos los tiempos, pretendiendo definir así el ser ontológico del varón.

La reina, protagonista de la serie, es una mujer abnegada, paciente con los engaños de su marido, buena analista política y certera consejera del rey, que la mayoría de las veces no le hace caso. Hasta en una ocasión dice el rey: “lo que más me jode es que mi mujer tenía razón”.
La reina se rodea igualmente de otras mujeres ejemplares: la duquesa de Lecera, la duquesa de la Victoria y otras, que son igualmente trabajadoras, fieles y entregadas a causas nobles como la creación de la Cruz Roja. Así mismo, resulta casi natural y obligado pensar que la mujer siempre luchadora y víctima, oprimida y engañada, sale a flote gracias a la amistad con otras mujeres, gracias al sufrimiento sublimado y a la defensa de valores nobles. En definitiva, la mujer es por naturaleza buena y santa.
La serie enfatiza, también, la labor de protección que hizo España a las víctimas de la guerra en Europa, labor llevada a cabo por las mujeres, y torpemente por los hombres; critica un supuesto patriarcado y a los gobiernos de gran peso masculino. La serie propone que la ley y el orden pasen a un segundo plano o incluso se opongan a otros valores más modernos como los democráticos o constitucionales.
La ideología política contemporánea que se pretende transmitir en la serie puede verse más claramente cuando la familia real se instala en París. Un funcionario de la república llega al hotel donde se aloja la reina y le entrega sus joyas, que, según dice, han tenido que ir recuperando “en las casas de los Grandes de España que las habían robado y las exhibían en las fiestas”. El buen republicano incluso rechaza, por honor, coger una de esas joyas que la reina le ofrecía como pago por su gestión.
Es difícil encontrar argumentos más zafios y simples para manchar el nombre de la monarquía y, de paso, no creo que hagan un favor a los republicanos de la época, salvándoles la cara de forma tan grotesca.
Pero esto no es más que el caldo en el que nadamos cada día. Series financiadas por el poder para seguir lanzando al ruedo medias verdades teledirigidas y manipuladoras.
Pocas series definen tan bien el wokismo como esta; qué lástima que las mujeres en general, incluidas las inteligentes, se lo traguen, pero es aún más triste que los hombres sigan con el culo en el sillón, paralizados con este lavado de cerebro donde su honor queda en entredicho. Con esta pasividad, de hecho, asumimos libre y responsablemente las ideas que nos llegan.
