Aunque teníamos una perspectiva un poco lateral, estábamos bastante cerca. Bueno, en aquel concierto de “Ilegales” en la plaza de toros de Segovia a finales de los 80, creo que todos los presentes estábamos bastante cerca del escenario. Incluso los que desde más atrás, agazapados entre la multitud y al resguardo de la penumbra, de vez en cuando lanzaban alguna lata de bebida.
“Demasiado cerca”, debieron pensar esos mismos cuando, después de ser avisados, porque el que avisa no es traidor y Jorge Ilegal no lo era, al empuñar “su guitarra azul”, advirtió “al respetable” de que se abstuviesen de arrojar objetos que pudieran dañar su preciado instrumento.
Fue en ese mismo instante, porque todo sucedió en cuestión de un segundo, cuando muchos de los presentes vimos los destellos de aquella lata que, chorreando cerveza, se iluminaba como un cometa al atravesar los haces de la luz directa de los focos del escenario. Y no solo la vimos; además, no sé por qué, también intuimos lo que estaba a punto de pasar.
El impacto de la lata contra “el cuerpo de la guitarra azul” fue de una precisión digna de la NASA que interrumpió el momento justo de la acometida del músico. Por unos segundos, el silencio y después un murmullo se apoderó de la plaza mientras Jorge, descolgándose “la guitarra”, no dejaba de señalar con su dedo índice a alguien que, seguramente y como ya les venía diciendo, con ese señalamiento estaría certificando para sí mismo el estar demasiado cerca o que tampoco era tanta la penumbra que le protegía.

El caso es que todo pasó muy rápido, sobre todo cuando los 190 cm de cólera embravecida del líder de Ilegales, saltaron desde el escenario mientras los abajo congregados, instintivamente y con un buen criterio que favoreciese su integridad física, rápidamente le fueron abriendo un pasillo hasta la zona más umbría donde se guarecían los que arrojaban las latas de bebida. Como les digo, todo fue muy rápido. Recuerdo que, tras el salto, se armó un buen sarao en el albero que no conseguimos contemplar a pesar de que todos estirábamos bastante el cuello. Así que hasta ahí les puedo contar. Eso sí, también les puedo decir que de la misma manera que bajó, de nuevo regresó sobre el escenario, rompiendo el murmullo con un colosal “riff guitarrero” al que todos nos unimos en un coreado estruendo, saltando al unísono y venidos arriba en el clímax de aquel momento protagonizado por un titánico Jorge Martínez… Independientemente y ya me perdonarán por “la distorsión” del recuerdo, aquella fue la primera vez que les vi en directo.
De la historia del “artista” no sé cuánto hay de cierto o de leyenda. El caso es que, a principios de los ochenta, Jorge ya era un mito para algunos de mis compañeros asturianos de la academia, que comentaban innumerables anécdotas nunca exentas de una notable épica. Muchos años después, algo parecido me pasó en Hispanoamérica, donde, desde hace décadas, Ilegales ha sido bastante más que un grupo de culto, convirtiéndose en un referente del rock en español por su enorme calidad y como podrán imaginarse, por cuestiones de “actitud”, un imprescindible en los foros más eléctricos y también más punks.
Seguramente, todo lo anterior motivó que un servidor realizase la construcción mental de un “personaje” alrededor de Jorge Ilegal al que, con el paso del tiempo y no pocas sorpresas agradables acerca de su personalidad, le fueron añadiendo diferentes e interesantes matices que incrementaron mi admiración por él. Como en aquella ocasión de finales de los noventa en la que su intervención en un programa de radio sobre el “Arte del buen morir” y la obra de Quevedo al respecto del “inevitable fin”, descubrió para mí a un Jorge Martínez al que siempre fue un placer prestar atención más allá de letras premonitorias como “Europa ha muerto”, o de sus alegatos musicales en favor de “la autodefensa” y cómo no, de las opiniones y respuestas con las que analizaba las dolencias de un decadente sistema a merced de oportunistas y mediocres que han terminado reblandecido a una sociedad cada día más vulnerable por el abuso de lo políticamente correcto y el exceso de “paños calientes”. Ya ven, algo a lo que él nunca contribuyó con aquellas opiniones forjadas en la más cruda honestidad y expresadas con una sinceridad feroz… así era.
Algunos días después de su partida, he seguido disfrutando de su música y he recordado alguno de los directos que tuve la fortuna de disfrutar y que, como era su seña de identidad, siempre sonaban de manera espectacular. Precisamente, el último que vi fue este mismo año en Madrid y al contrario que en la mayoría de los conciertos a los que suelo asistir, ese día quise ponerme muy cerca. Tratándose de Ilegales siempre mereció la pena.
