La Biblioteca Nacional de España (BNE) alberga valiosos materiales especializados en música, desde las denominadas “colecciones sonoras” en distintos soportes (cilindros de cera, rollos de pianola o discos perforados, entre otros) hasta publicaciones de alto contenido histórico y etnográfico. A las cerca de 430.000 partituras (impresas o manuscritas) deben sumarse 639.000 grabaciones sonoras (música o palabra) y casi 200.000 documentos audiovisuales, además de monografías, archivos personales y títulos de revistas o publicaciones de menor enjundia. Entre los tesoros más antiguos que preserva y difunde la BNE, destacan varios códices medievales de música litúrgica, datados entre los siglos IX y X.
La huella musical de Segovia está presente entre todo ese material de la BNE, con un impulso significativo desde la incorporación en 2016 (como donativo) del archivo del etnomusicólogo Miguel Manzano, fallecido en 2024, piezas principalmente sonoras que el investigador recopiló durante su carrera y de elevado interés musical y etnográfico. Buena parte de esos fondos proceden del trabajo de campo realizado por Manzano entre 1972 y 1996. Otros materiales cobijados en la institución son archivos de folklore de fuentes como la Sección Femenina, como canciones populares y villancicos, danzas, trajes, historiales de danza o fichas de investigación, entre otras.
Javier de Diego (Madrid, 1977) es uno de los profesionales dedicados a las múltiples labores musicales que desarrolla la Biblioteca Nacional de España. En concreto, es el responsable del fondo antiguo de partituras impresas y manuscritas de la entidad, que despliega una actividad creciente en este campo gracias a los materiales ingresados por compra, donativos o Depósito Legal y también por el mayor interés por la música entre estudiosos y aficionados.
—¿En qué consiste el trabajo sobre música antigua de la Biblioteca Nacional?
—Con los materiales que tenemos, que pueden ser partituras o grabaciones sonoras, hay un proceso que empieza en la adquisición de esos fondos. Cuando es fondo moderno entra por el Depósito Legal y, cuando se publica fuera de España, por compra. En el caso del fondo antiguo, del que me ocupo, hay unos cauces más especializados, como asistir a subastas o a través de ofertas de librerías anticuarias. Estamos al tanto del mercado anticuario, sobre todo de lo relacionado con cultura española que no tengamos. Esa es la primera fase. Una vez que está aquí hacemos el proceso técnico, que básicamente es catalogarlo. Se trata de representar esa obra con una serie de datos que la identifiquen de forma inequívoca, y eso queda ya reflejado en nuestro catálogo. A partir de ahí, hay que difundirlo. Por ejemplo, a través de la sala Barbieri en la propia sede de la BNE o con consultas que llegan de lectores o de cualquier ciudadano o de investigadores, y respondemos por correo electrónico, por teléfono, por donde sea. Se digitaliza lo que se puede digitalizar, porque no tenga derechos, se hacen exposiciones, se escriben textos en el blog de la Biblioteca Nacional… Por tanto, se trata de adquisición, proceso, difusión y también de aplicar medidas de conservación cuando hacen falta.

—¿Hay suficiente conciencia de la importancia de la música en España?
—No, no lo creo. Por ejemplo, si se compara con el papel que tiene la música en la educación de Alemania y Austria, o con el papel de la música popular en los países anglosajones o en Francia, incluso, creo que estamos algún escalón por debajo. Y luego, en particular, en la Biblioteca, tenemos el problema de que mucha gente no la asocia con la música. O sea, alguien piensa… “Querría consultar una primera edición de Cervantes” y rápidamente piensa en la Biblioteca Nacional, pero ante un planteamiento similar respecto a un músico, a lo mejor no piensa en la Biblioteca Nacional en primer lugar, sino en otros sitios. Tenemos que hacer esa labor de difusión, tenemos que duplicarla para que realmente se vaya asociando cada vez más la Biblioteca con la música. Hacia 2007 y 2008 se abordó la digitalización del fondo de la biblioteca y obviamente se ha reducido el número de visitantes físicos. Ahora se consulta mucho más a través de los medios telemáticos, la BN digital.
—¿Cuál es la pieza más remota en la BNE referida a música antigua?
—Se pueden destacar varios códices medievales de música litúrgica, datados entre los siglos IX y X.

—¿No existe una cierta dispersión en el tratamiento global de la música, debido a la existencia de otros organismos como Radio Nacional de España o en las comunidades autónomas?
—Con la cuestión autonómica siempre hay esa dinámica de que puede haber piezas que nos interesen tanto a nosotros como a la Biblioteca de Cataluña o a otras bibliotecas de ámbito regional, que también es patrimonio regional a la vez que patrimonio nacional. Eso ocurre con la música y con cualquier otro tipo de material. En cuanto a la música, una biblioteca con un fondo de partituras también importantísima es la del Conservatorio de aquí de Madrid. Y en grabaciones sonoras también hay otros centros. Sí, puede ser difícil. Nosotros, por ejemplo, tenemos un fondo de cantorales que en buena medida llegó de las desamortizaciones eclesiásticas del siglo XIX. Eso no ha dejado de generar, como he visto en algún congreso, cierto malestar en la Iglesia por la posibilidad de que esos fondos vuelvan a su origen. Pero bueno, mira, no vamos a deshacer políticas históricas que tienen casi 200 años y al final se trata de que ese patrimonio esté bien conservado y accesible al público. Y nosotros eso lo garantizamos. No creo que convenga entrar en esas polémicas.
—¿Qué está suponiendo la era digital para la conservación y para la difusión?
—Creo que en el fondo tiene aspectos más bien positivos que negativos para las bibliotecas, porque al final la digitalización tiene dos vertientes. Una es difundir las obras patrimoniales a un público más amplio, incluso internacional, porque se puede consultar desde cualquier sitio, pero luego a la vez ayuda a conservar las obras porque las tenemos que mover menos. Cuando nos piden una obra de fondo antiguo, siempre sugerimos que se consulte ya que está todo digitalizado: lo digitalizamos todo y sugerimos que se consulte a través de la vía digital. Para que prestemos el ejemplar se nos tiene que argumentar. Por tanto, la digitalización mejora la difusión, llegamos a más gente, y a la vez mejora la conservación de los documentos.
—¿Hay algún hueco en el tratamiento de todas las fases históricas desde la Edad Media o quedan vacíos por cubrir?
—Tenemos fondos que cubren todas las etapas. Ahora, no todas las etapas están igual de bien cubiertas. Por ejemplo, hay una parte con los polifonistas españoles como Tomás Luis de Victoria, Francisco Guerrero, Cristóbal de Morales que tuvieron importancia en la música europea de finales del siglo XVI, ya entrando un poco en el XVII, una importancia crucial. En cambio, tenemos escasas fuentes históricas de ellos. En primeras ediciones, por ejemplo, disponemos de pocas porque era un fondo que se publicaba sobre todo fuera de España, ya que la imprenta musical en España se desarrolló con retraso respecto a otros países europeos. Entonces, iban a publicar fuera, a Italia o a Francia, y eran además tiradas muy pequeñas. Por ello, a pesar de la importancia que tienen en la historia de la música española y europea, no está suficientemente reflejada en los fondos que tenemos. Aun así, tenemos fuentes posteriores de ellos, no primeras ediciones o manuscritos originales, sino fuentes posteriores de las que disponemos en abundancia. Hay alguna laguna que intentamos cubrir.

—¿Los estudiosos de la Historia se preocupan suficientemente por saber qué música y qué importancia alcanza en cada momento histórico?
—Ver la importancia que tenía la música en cada contexto histórico y sus usos son de las investigaciones que más interés van teniendo. No soy historiador de la música y no lo puedo asegurar, pero hice el doctorado en Historia Política y se veía una preocupación por situar todo cada vez más en su contexto. Por ejemplo, al estudiar el pensamiento o la ideología de un partido no conviene hacerlo en abstracto, sino considerando contra quién iba dirigido esa doctrina y cómo entraba en funcionamiento en la práctica política. Creo, y lo he hablado con algún investigador que ha venido aquí a la Biblioteca, que en música el camino es parecido. Cada vez importa más situarla en su contexto y comprender que una obra de Bach no es solo una construcción abstracta, sino que tenía un sentido concreto en su época y unos usos concretos en su tiempo. Y eso es algo que a lo que cada vez se da más atención, claro.
—¿Algún libro que concite un interés llamativo?
—Entre otros muchos, hay una obra de música litúrgica que se llama “Intonarium Toletanum de la Catedral Primada de Toledo”, con fecha de impresión en 1515, en Alcalá de Henares. Lo mandó imprimir el cardenal Cisneros a uno de los impresores más importantes de la época, Arnao Guillén de Brocar. Este ejemplar es curioso porque sitúa más bien hacia el final, en el colofón, la información que estamos acostumbrados a ver en la portada, el pie de imprenta y resto de datos. Esta información, con el paso del tiempo, se fue pasando a la portada. Al margen de la importancia que tiene la música en sí, es una obra de arte por cómo está hecha, la combinación del pentagrama, las notas, los textos en dos colores, las iniciales, el pentagrama en rojo y las notas en negro. Es una labor de artesanía impresionante y muy limpia.

—¿Y especialmente solicitado por el público?
—“Instrucción de Música sobre Guitarra Española”, de 1674, cuyo autor es Gaspar Sanz. Se imprimió en Zaragoza por los herederos de Diego Dormer. Se consulta siempre muchísimo, pero en concreto un año fue la obra más solicitada de la Biblioteca Digital Hispánica, donde se engloba todo el fondo digitalizado de la Biblioteca, que ahora se llama BNE Digital. Y eso incluyó a Cervantes. Esa instrucción para guitarra siempre se consulta mucho. Ofrece imágenes con los dedos sobre el traste para interpretar los acordes. La guitarra es un instrumento que se vincula bastante a España, a raíz del flamenco, sobre todo, y en música, además, no se necesita conocer el idioma para entenderlo. Fue la obra más consultada, pero a través de la versión digital, no de prestarla aquí en la sala. La obra tiene mucha importancia desde el punto de vista de la guitarra española, pero también desde el punto de vista de cómo se imprimía la música, por la aplicación del método del grabado en metal que es muy fino. Se distingue de otros grabados, porque los trazos son muy finos y deja también una marca la plancha, más oscuro el interior que los bordes, por la marca que deja la plancha cuando se estampa contra el papel. Y se combina también con todo el cifrado de guitarra, que es complejo.

Pasión histórica por la música
Javier de Diego Romero (Madrid, 1977) es doctor en Historia por la Universidad Autónoma de Madrid, especialista en el estudio de las culturas políticas contemporáneas, ámbito en el que ha publicado un buen número de artículos y colaboraciones en obras colectivas, así como el libro “Imaginar la República: la cultura política del republicanismo español, 1876-1908” (Centro de Estudios Políticos y Constitucionales, 2008).
Colaborador habitual de las publicaciones Rockdelux y Efe Eme, tanto en la web como en Cuadernos Efe Eme, en 2017 publicó The Kinks: Música, Cultura y Sociedad (Editorial Milenio) y el año pasado Peter Gabriel, Un Explorador Musical y su Tiempo (Sílex). Música e historia confluyen también en su actual trabajo en la Biblioteca Nacional de España: es el responsable del fondo antiguo de partituras impresas y manuscritas de la institución.
