Allá por el año 200 a.C., el emperador Shi Huang dio orden a su pueblo de iniciar lo que se convertiría en la mayor construcción militar de la historia de la humanidad. Cientos de miles de obreros, campesinos y soldados se afanaron en la tarea de levantar la Gran Muralla, ladrillo a ladrillo, cada uno aportando su granito de arena, metro a metro, hasta finalizar oficialmente el trabajo en el siglo XVII, bajo la dinastía Ming. Y aunque hoy continúa en pie, sigue sin verse desde el espacio, como la propaganda comunista quiso hacer creer al mundo, y ha perdido su utilidad militar en favor del turismo de masas y selfis.
Dieciséis años tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, en 1961, los líderes del Este construyeron un infame muro de hormigón, fuertemente vigilado, que hicieron pasar por una “barrera protectora» para salvaguardar el territorio de la República Democrática Alemana de la perniciosa influencia occidental: un «muro antifascista».
El 9 de noviembre de 1989, aquella kilométrica barrera, flanqueada por torres armadas bajo las que perecieron incontables personas que trataban de cruzarla —de este a oeste—, cayó por la acción de decenas de miles de ciudadanos de Berlín Oriental y Occidental que, armados con martillos y cinceles, comenzaron espontáneamente, y quizá con sana ingenuidad, a derribar a mano, grano a grano, el hormigón que los había separado y dividido durante veintiocho años. Este acto masivo de ciudadanos corrientes acabó por convertirse en símbolo de reunificación.
En su discurso de investidura en 2023, por tres veces el presidente Pedro Sánchez se refirió a la construcción de un muro que bautizó, tirando de retórica, con un hermoso eufemismo: “muro de democracia, de convivencia y de tolerancia”. Desde aquel día, ayudado por no pocas manos, ha ido acumulando ladrillos virtuales para separar a unos de otros.
Para levantar murallas se necesitan las manos de muchísimas personas corrientes, junto a la inacción cómplice de otras tantas. No son los emperadores ni los líderes los que levantan muros, son las personas que los siguen —a veces voluntariamente, otras bajo la coacción— quienes se afanan en construir barreras que les separen de aquellos que han sido señalados como el enemigo, los otros.
Sin embargo, a veces, la ciudadanía se rebela, actúa y se enfrenta a la tiranía. La caída del Telón de Acero tuvo mucho que ver con la imparable acción de millones de personas que dijeron basta.
Hace apenas un año, tras la terrible catástrofe de la DANA que devastó el sur de Valencia, la reacción inmediata de millares de hombres y mujeres de toda España hizo posible que la ayuda que no llegaba desde otros sitios alcanzara todos los rincones de las zonas afectadas. Nadie hizo un llamamiento, ningún líder tocó a rebato, no hubo emperador que obligase a campesinos, obreros, amas de casa o estudiantes a ponerse a la tarea.
En aquellos espantosos días las palas, las escobas, las manos de miles de voluntarios, hombro con hombro, se afanaban en recuperar lo que los afectados perdieron, en consolar, limpiar y alimentar a quien lo necesitara. Nadie pidió carné de afiliación alguno –ni falta que hizo–, no se miró cómo vestían ni cuál era el color de su piel o a qué dios rezaban. Poco importaba si hablaban o no valenciano o si tenían acento extranjero. La ciudadanía ignoró las consignas y saltó todos los muros, los de barro acumulado y los ideológicos, mostrando la España real, una nación ejemplar en la que la unidad, la empatía y la ayuda mutua siempre prevalecen sobre las divisiones.
Más de un año después de aquello, da la sensación de que desde los despachos enmoquetados poco se ha aprendido. Desde las tribunas públicas siguen haciéndose llamamientos a combatir a los diferentes, indicando en cada caso qué características tiene ese enemigo al que hay que poner al otro lado del muro o de la frontera. Señalando, según convenga, qué cualidades han de tener los nuestros y cuáles distinguen a los otros.
Usted y yo, créame, podemos ser agentes activos con capacidad real para transformar nuestro entorno social y político. Somos capaces de impulsar las mayores transformaciones si nos ponemos en marcha. Va siendo hora de poner pie en pared, de volver a actuar como la sociedad capaz de superar muros, barreras y fronteras que somos. De librarnos de tiranos y predicadores de la división para unir fuerzas y, grano a grano, voto a voto, derribar muros, recuperar lo que nos une y dejar de mirar lo que nos separa. ¡Acabemos con esto ya! Nos va el futuro en ello.
