En el deporte de formación soy partidaria de ‘amasar’ artesanalmente, lento, como el pan de pueblo. Trabajar desde el cariño, conociendo los límites para construir desde el talento y la capacidad de trabajo. Una labor que requiere tacto y paciencia para crecer con consistencia.
Recuerdo un partido autonómico de mi hija. Su equipo, la mayoría en edad minibasket jugando infantil, viajó a Burgos para medirse a un rival inmensamente superior. Pese a la diferencia abismal, el entrenador rival decidió asfixiar la salida de balón incluso con el acta cerrada. Parecía una obsesión por la diferencia de puntos que, al final, transformaron en un concurso de triples.
La frustración se paseó por la cancha, es innegable. Pero ahí estaban Alicia y Miriam sus entrenadoras, ellas evitaron que el rodillo aplastara el ánimo. Aquel equipo apenas ganó un partido esa temporada, pero ninguna niña abandonó la siguiente. Se había ‘amasado’ su autoestima.
El tiempo dio la vuelta a la tortilla. Cuando esas mismas niñas fueron las gigantes en sus partidos de edad, su entrenadora optó por construir. Pidió «defensa con manos a la espalda»: solo piernas, sin robos, respetando la posición.
¿Quién aprende ganando de cincuenta robando bajo el aro del débil? En los ‘paseos’ apenas se construye.
Ganar es bonito, pero el verdadero objetivo es que los pequeños que saltan a la cancha, los nuestros y los del otro equipo se sientan orgullosos de su trabajo. Que sientan esa pasión y sobre todo que aspiren a mantenerse ilusionados en el deporte que han elegido, es la meta del entrenador/a que trabaja por su deporte. Las luces en las calles anuncian que es tiempo de ilusión, yo pido que en deporte de formación elijamos amasar la empatía y el trabajo en equipo. Así ganamos todos.