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Juan de Contreras, marqués de Lozoya (III)

por Dominica Contreras
14 de diciembre de 2025
Viajó por todo el mundo, pero nunca dejó de venir a su ciudad natal y velar por ella. Fotografía de Riosalido.

Viajó por todo el mundo, pero nunca dejó de venir a su ciudad natal y velar por ella. Fotografía de Riosalido.

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Entre las azucenas olvidado

San Juan de Los Caballeros (I)

La Escuela de Salamanca

Recojo ahora de Monseñor Federico Sopeña Ibáñez, prelado vinculado al aperturismo del Concilio Vaticano II, catedrático de Estética y de Historia de la Música, director del Conservatorio de Madrid y del Museo del Prado:

“Me creo en la obligación, que cumplo con mucho gusto, de decir unas palabras recordando a nuestro querido director. En la posguerra tuve la fortuna -él me llamó- de trabajar bajo su dirección y la de Turina. Bajo su estímulo y amparo se realizó una importante labor de organización musical que la sección de música de esta Academia tiene el estricto deber de recordar: creación de la Orquesta Nacional, creación de la Agrupación Nacional de Música de Cámara, reorganización de los Conservatorios”.

Ahí mi madre creo que tuvo algo que ver, era una magnífica aficionada. Muchas veces les he oído discutir, a mi padre, a mi madre y a Sopeña, acerca de cuál sería el mejor director para la Orquesta Nacional, el mejor primer violinista, la mejor cantante… primero pusieron de director a un señor mayor, un valor seguro, y poco después nombraron al grandioso Ataúlfo Argenta, que estuvo bastantes años, menos de los que debiera por su prematura muerte.

Continúa diciendo el padre Sopeña, sobre mi padre: “Presidió con mucho gusto una labor de continuidad, de herencia: a él se le debe la solemne conmemoración de Falla, el montaje, no superado, de El Retablo de Maese Pedro, invitando a venir de Lisboa, precisamente para la continuidad, a Ernesto Halffter”.

Se refiere Sopeña, al hablar de su “labor de continuidad”, a la continuación de la obra de la República, o sea, que continuó sin ningún prejuicio ni problema iniciativas del tiempo de la República con las que estaba muy de acuerdo. Como también supo conservar mucha legislación republicana en materia de conservación del patrimonio. Había que tener entonces mucho prestigio personal para permitirse esos lujos.

En su despacho de Madrid en 1963, desde donde desplegó una actividad febril.
En su despacho de Madrid en 1963, desde donde desplegó una actividad febril.

Seguimos con Sopeña: “Mis compañeros de sección saben muy bien, por experiencia muy vivida, lo que fue su ilusión ante estrenos como el del Concierto de Aranjuez o La Rapsodia Portuguesa. Presidió con alegría inmensa las primeras salidas al extranjero de la Orquesta Nacional y de la Agrupación Nacional de Música de Cámara. Aunque no sea de mi especial competencia debo recordar su valentía en la renovación estética escénica a través del teatro María Guerrero; montajes escénicos como La Herida del Tiempo, de Priestley, o Nuestra Ciudad, de Wilder, son buen ejemplo. (…)

Mucho se ha hablado, y con razón, de la hondísima religiosidad del Marqués de Lozoya, de fe llevada con honda alegría vital, pero yo quisiera destacar algo superior al matiz: en los tiempos terribles del comienzo de la guerra el Marqués de Lozoya derrochó bondad, influencia y santa indignación contra las represalias, a veces arriesgando mucho”.

No podía pasar por delante de la tristemente famosa casa de la plaza de Los Huertos, la de la puerta románica: tenía que dar la vuelta por Radio Segovia, porque los extremistas salían a amenazarle con el ricino. Salvó a mucha gente a base de presión y recomendaciones y a mayores montaron una organización novelesca, al estilo Pimpinela Escarlata, entre elementos muy graciosos, nada parecidos a sir Percy Blackeney o sir Andrew Foulkes. Estaba compuesta por mi padre, el obispo de Segovia, don Luciano Pérez Platero, y el obispo de Canarias, un vasco o navarro valiente (más teniendo en cuenta que, dos meses antes, habían fusilado a su antecesor) llamado don Antonio Pildain y Zapiain. Al principio lo que hacían era avisar a los que estaban en peligro para que pasaran la sierra esa misma noche, porque al día siguiente los iban a buscar para fusilarlos. Cuando el frente se estabilizó, y ya era más difícil escurrirse por la sierra, usaban otro sistema, del que tengo vagas noticias. Viajaban de un autobús de línea a otro, cambiando continuamente, y ahí entra otro elemento muy importante: mi tío, gobernador militar de Cádiz, héroe del Alzamiento en esa provincia y hombre de misa diaria (por cierto, no podía ser más guapo), Emilio López de Letona, usaba su autoridad para meterles en un barco rumbo a Canarias. Así sacaron al menos a diez segovianos, según he oído a mi primo Felipe Peñalosa. Al llegar los hospedaba el obispo Pildain en el palacio episcopal hasta que encontraban medio de vida, y de ahí pasaban generalmente a Venezuela, donde alguno se hizo millonario. Todo esto me lo contó uno de ellos, Paco “el de las burras”, cuando pudo volver. Su vida es toda una novela que no tendría tiempo hoy de contar. Tuvo que salir porque era Comisario del Pueblo. Otras personas me han confirmado algunas cosas. Hasta entonces nunca habíamos sabido nada de todo esto. La oficina de la organización era el Paseo del Obispo y las Rondas, por las que el obispo y mi padre todas las mañanas daban la vuelta, al derecho y al revés. Esto me lo contó el suegro de Diego Peñalosa.

Con sus hijas en Ibiza, donde se refugiaba cada verano del ajetreo del curso.
Con sus hijas en Ibiza, donde se refugiaba cada verano del ajetreo del curso.

Oímos al maravilloso y querido Enrique Pérez Comendador, escultor y profesor de Modelado del Natural y Composición Escultórica en la Escuela Central de Bellas Artes de San Fernando de Madrid, donde era también académico:

“Pienso, amigos Académicos, que la bondad es excelencia y que la grandeza la da el corazón. A la bondad y al corazón encendido le da uno tanta o más importancia que al talento y otras cualidades humanas. Así conocimos a Juan de Contreras y López de Ayala, y por ello, sobre todo, le quisimos. (…)

Gran vocación y tenaz voluntad de trabajo, Lozoya pudo trabajar por España en muy diversos cargos, no políticos (rechazó un ministerio) sino técnicos o de servicio”.

De la renuncia al ministerio nos enteramos todos en casa porque sonó el teléfono cuando estábamos desayunando. Oíamos media conversación.

“Hola, chico” (mi padre llamaba chico a todo el mundo, aunque tuviera 90 años) “Cómo estás, qué te cuentas”.

(Pausa, habla el otro)

“¿Pero tú te has vuelto loco?” -vuelve mi padre-. “Tú no estás en tus cabales. Yo ¿ministro de justicia? ¿no te he contado nunca mi historia con el Cardenal de Virginia, que tenía mi mujer en una jaula de barrotes dorados, un pájaro tropical precioso? Pues un día no pude verle más tiempo preso y triste y le solté. Ya te puedes imaginar la que se organizó. Si me haces ministro de justicia te juro que abro todas las cárceles. Así que piénsatelo.”

(Nueva pausa, habla el otro)

Sí, Oriol me parece perfecto, nombrad a Oriol. Bueno, chico, nos vemos pronto.

Y sigue Enrique Pérez Comendador: “Director General de Bellas Artes recién terminada la Guerra Civil, creó Escuelas Superiores de Bellas Artes en Valencia y Sevilla, revitalizando y dando nuevo impulso a las de Barcelona y Madrid, llamando a ellas a los maestros más capaces del momento.

Patrocinó, demócrata verdadero, el talento al margen de las ideas, y salvó a base de esfuerzo innumerables monumentos, pese a las míseras asignaciones de que entonces se disponía. Ayudante del Director General de Bellas Artes, Eugenio D’Ors, durante la Guerra Civil, la pasó en el frente, siguiendo a las tropas, para apuntalar como se pudo los monumentos dañados para su posterior restauración. Es más, durante su mandato se inició un verdadero mecenazgo artístico”.

Junto a Adolfo Suárez en una inauguración.
Junto a Adolfo Suárez en una inauguración.

De la época en que seguía a las tropas para apuntalar los monumentos dañados contaba muchas cosas, siempre apasionantes. Eran él, un arquitecto y una pequeña cuadrilla, con una asignación miserable. Llegan a Huesca, entran en Huesca y aprecian con horror que la bóveda de la catedral está a punto de derrumbarse sobre el increíble retablo de alabastro de Damian Forment. No queda un duro. Piensan que hay que recurrir a lo que sea. No pueden poner sus sueldos porque ya los han puesto. Hablan de recurrir a los sueldos de la cuadrilla, aunque sea una canallada.

“Es que podemos ir a la cárcel”, decía el arquitecto.

“¿Tú sabes jugar al ajedrez?”, contesta mi padre.

“Yo sí, y me gusta mucho”.

“Pues duro con los sueldos, todo vale la pena, no nos aburriremos en la cárcel”.

Al final, tras una llamada desesperada, pudieron reponer pronto los sueldos con una pequeña subvención que solucionó el caso.

Juan de Contreras, hacia 1976.
Juan de Contreras, hacia 1976.

José Camón Aznar, académico de las Reales Academias de Bellas Artes de San Fernando, de la Historia y de Ciencias Morales y Políticas, director de la Fundación del Museo Lázaro Galdiano, consejero del Consejo Superior de Investigaciones Científicas, habla en un homenaje a mi padre con motivo de su jubilación de la cátedra en la Complutense:

“Es mi primer deber al comienzo de este acto, manifestar mi más emocionada gratitud al Instituto de España y a la Real Academia de Bellas Artes, por hacerme portavoz de un homenaje, en el cual, tratándose del Marqués de Lozoya, la admiración tiene que ir unida al cariño. Pocas alegrías hay más puras que la de poder manifestar la fervorosa adhesión a una persona como la del Marqués. Admiramos su poesía (para mí fue el mejor poeta de su momento), sus libros, sus conferencias, su vida entregada con pasión a España. Y ese es su total patriotismo, que le ha llevado desde la cátedra recoleta, a la resonancia nacional de una labor directiva en las Bellas Artes. ¡Y en qué época! Cuando gran parte de los templos estaban arruinados y sus tesoros abrasados. Cuando se imponía la organización de los museos, de las exposiciones, de la actividad artística en todas sus expresiones.”

“A Segovia dedicó no sólo su amor, sino el arranque de sus estudios. Que quizá puedan resumirse en su Guía de una de las ciudades más hermosas del mundo. (…)”

Hay muchos más que no cabrían aquí, pero para mí lo más valioso de la actuación de mi padre son las diversas leyes emitidas desde la Dirección General de Bellas Artes en materia de protección del patrimonio de las ciudades de España, de los cascos históricos, con sus barrios y las principales vistas del entorno de las ciudades más emblemáticas, gracias a las cuales leyes, sumamente impopulares en los años del desarrollismo, años 50-60, y cuya ejecución costó sangre, nuestras ciudades, que fueron todas bellísimas, no llegaron a convertirse totalmente en Chicagos cutres o Los Ángeles sin un duro. Según José María Ballester, comisario de Patrimonio y Medio Ambiente que fue del Consejo de Europa, toda esta colección de leyes se adelantó más de cincuenta años a su tiempo. Por ejemplo, el Decreto del 11 de abril de 1947 por el que se declara “Paraje pintoresco” (y por lo tanto, protegido) todo el arbolado del entorno de la ciudad de Segovia: las vistas desde el Alcázar, las alamedas del Eresma, las choperas del Clamores, el Pinarillo, la Piedad, el cerrillo del Salvador, el del Santo Ángel… y ahí las tenemos.

Con Luis Felipe Peñalosa, su sobrino.
Con Luis Felipe Peñalosa, su sobrino.

También fue muy importante, durante la Dirección General, la vuelta a España de los cuadros del Museo del Prado, que se habían mandado a Suiza para protegerlos durante la contienda. La llegada del tren especial y la bajada de los cuadros en la estación de Atocha, y su traslado en camiones para llevarlos de vuelta al Museo refleja -en un documental grabado en Super 8 que se conserva- una colección de rostros de pura alegría, pero la de mi padre ya es de éxtasis.

Otra actuación que valoro muchísimo (y que es poco conocida) fue conseguir la proeza de arrancar la Dama de Elche de las garras de los franceses, que la tenían bien sujeta. Al ser nuestro primer monumento íbero, había que conseguirla como fuera. Nadie supo de las complejas gestiones, que se llevaron en secreto; donde no se han olvidado es en Elche, donde el Ayuntamiento le dedicó una palmera en el Huerto del Cura (que lleva su nombre y de la que todos los años, por Navidades, nos mandaban una cesta con los dátiles).

Quisiera añadir mi pequeñísima aportación sobre mi padre vivido en la intimidad. Era uno de los escasísimos ejemplares que han existido infinitamente bueno y prudente, bueno sin fronteras, bueno transversal, bueno sin fin, como ya han repetido muchos. Viajar con mi padre era la máxima felicidad. Era como si llevásemos con nosotros los 122 tomos del Espasa. Las dificultades, los despistes, las equivocaciones, las incomodidades, todo le parecía bien. Íbamos siempre al buen tuntún, nos parábamos a dormir donde nos cayera la noche, tanto si era el Gran Hotel de Cannes como si nos tocaba una humildísima posada con los cristales rotos en el invierno del Pirineo francés. Había que saber adaptarse a todo. Hemos viajado mucho juntos y lo echo siempre de menos.

Terrible era el despiste que teníamos los dos. Viajar juntos era perdernos seguro. Hemos llegado a perdernos en el camino de Madrid a Zaragoza por la autopista, con eso está dicho todo. En otra ocasión, viniendo de los Cursos de Verano de Jaca, en un 25 de julio, en plena ola de calor, recogimos a un autoestopista que estaba bajo el sol con gabardina y cuello levantado, sombrero sobre los ojos y pasamontañas negro de lana. Ya puestos, le dejamos en Madrid en las señas que nos dio. Al día siguiente vimos en el YA que habían detenido a un conocido terrorista en esas mismas señas. Claro, ¡con ese disfraz!

Querría terminar con unas frases del sacerdote y poeta, extraordinario poeta, Rafael Matesanz, que dice: “Es que el Marqués pasó sembrando primaveras, desviviéndose por cuidar la raíz de la ternura, es que su juventud no moría ni se enfriaba en el invierno de las cosas”. Es cierto: la alegría le acompañó hasta el mismo momento de su muerte.

En Cuzco, Perú.
En Cuzco, Perú.

I

(poesía de Juan de Contreras)

 

Amo yo a mi Segovia, si el ambiente

es de cristal, y brilla en el nevero

el tibio resplandor del sol de Enero

que a los viejos conforta suavemente.

 

Y cuando Abril apenas se presiente

en la flor de un almendro tempranero;

y en las tardes de estío: reverbero

de la sangrienta hoguera del poniente.

 

Amo yo a mi ciudad, cuando en Octubre

un regio manto de oro antiguo, cubre

los senderos umbríos y desiertos.

 

Y al hundirse en las sombras misteriosas

de la tarde otoñal, todas las cosas

nos hablan quedamente de los muertos.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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