Las tradiciones tienen peso en los hábitos de los españoles. Una de las que se ve y aromatiza el ambiente temprano en la mañana es la de la bollería.
Desde las primeras horas de cada día, los cafés y las panaderías ofrecen pan y bollos recién horneados para acompañar el café, el té o la leche que también se integra al desayuno.
El croissant, la napolitana de chocolate, la ensaimada o la magdalena suelen estar presentes al empezar el día. Es una herencia de una larga relación que vincula costumbre de amasar en el hogar y el despertar de la familia.
La panadería artesanal se ocupa ahora las preparaciones de bollería. Pero se mantiene el nexo afectivo y cultural de la bollería en el desayuno, que trasciende lo alimentario.
Desayudar con productos de bollería produce la sensación de que ese momento del día es propio, dedicado a disfrutar del placer de consumir algo dulce al empezar el día. Es una agradable forma de encarar una jornada que, en muchos casos, puede ser larga y compleja.
Los médicos y nutricionistas advierten que esa bomba de azúcar de la mañana maltrata el organismo, especialmente el páncreas. El consejo es atender a lo que el organismo necesita y no solo al placer de comer.
Continúa el día y las comidas se resuelven con algo ligero y rápido a mediodía y con una cena contundente en la noche. Agradable, pero no saludable. Es una fórmula que, aunque práctica, a la larga termina perjudicando la salud.
¿Qué requiere el cuerpo al levantarse?
Al comenzar el día, el organismo viene de varias horas de ayuno. Necesita energía estable y sostenida, pero no es con bollería como se consigue.
La endocrinóloga Raquel Sanz advierte que el consumo de productos panificados, harinas, pan blanco o bebidas azucaradas, genera un pico rápido de glucosa seguido de una caída brusca. La profesional de la salud habla de que el azúcar siempre está “jugando en primera división”, y es extremadamente perjudicial.
El páncreas y, en general, todo el sistema metabólico realiza un trabajo forzado para metabolizar esos alimentos y para gestionar esa subida repentina de azúcar y energía.
La consecuencia es la sensación de cansancio y la dificultad para mantener la concentración. Además, el exceso de azúcar y harinas refinadas en la mañana, favorece la resistencia a la insulina.
Además, un rato después de la ingesta la persona siente hambre nuevamente, el cuerpo le reclama azúcar, porque ha padecido una hipoglucemia reactiva. Por lo tanto, desayunar bollería provoca que todo el ciclo alimentario se trastorne.
Así se pasa el día, entre bollería y comidas rápidas para pasar el mediodía. Y, cuando llega la noche, se cierra el ciclo nefasto para el organismo.
El relax de llegar a casa y la tranquilidad de la cena
El día pasa agitado. Cuando por fin la persona vuelve a su casa, se distiende y se prepara a disfrutar de todo lo que le da placer. Cambiarse la ropa, tirarse en el sillón, servirse un trago y una copiosa cena, generalmente tardía. Esos son grandes placeres del fin del día.
Entonces, un día que comenzó con bollería, siguió con comida rápida y frugal y terminó con una abundante cena, trastorna ese descanso saludable que el organismo necesita para que el metabolismo nocturno actúe. La insulina siempre se mantiene alta y el sueño se trastorna.
A largo plazo, el efecto de estos hábitos suele derivar en problemas de metabolismo, en obesidad o en diabetes tipo 2. El desgaste es progresivo y continuo, las células se dañan, los órganos vitales sufren inflamación continua y el organismo padece un deterioro irreversible.
Hay que cambiar rutinas
Estos trastornos pueden evitarse. Basta modificar algunas rutinas y hábitos. El primer paso es cambiar los alimentos del desayuno. Se debería sustituir la bollería por proteínas y grasas saludables, que estabilizan la energía.
No es complicado. Unos huevos revueltos, pan integral, jugos y sumos naturales, son alimentos perfectos para iniciar el día. Cambiar cuesta al principio, pero el organismo se acostumbra a los nuevos hábitos y la persona se siente con más vitalidad.
