Escribo estas líneas recién finalizada la semifinal del primer Mundial de Fútbol Sala femenino de la historia. En Filipinas, Brasil vuelve a privarnos de hacernos con esa ansiada estrella, esta vez en semifinales. Ni un solo reproche a nuestras jugadoras, comenzando por una espectacular actuación de nuestra segoviana, Elena González, que nos ha mantenido en el partido, demostrando que la portería también puede tener denominación de origen de La Salceda., a 12.000 kilómetros del archipiélago del Pacífico Occidental.
A sus innegables cualidades, conseguidas desde el esfuerzo diario cuando apenas levantaba un palmo del suelo, y el sacrificio de salir de casa persiguiendo un sueño, Elena sigue manteniendo intacta una humildad a prueba de bombas, lo que la convierte, por más que ella no lo pretenda y oculte en su infinita timidez, una referente con mayúsculas. No podemos ni debemos olvidar a alguien así.
Desgraciadamente, nuestro deporte está acostumbrado a practicarse lobotomías de manera periódica que mandan al limbo cualquier atisbo de memoria. El 3 de Diciembre se cumplían 25 años del primer título mundial de nuestra selección masculina, y dos días después se celebraba también el 21 aniversario de la segunda estrella en Taiwán, que adorna con orgullo el pecho de “la Roja”. Únicamente breves referencias en redes sociales de algunos “locos” a los que hay que agradecer que mantengan intacta esa ilusión, la misma que teníamos pegados a la tele, entrada la madrugada viendo a Javi Rodríguez pateando con el alma en forma de puntera ese “doble penalti” en el Domo de Guatemala.
Segovia, a pesar de haberse convertido en su momento en epicentro del fútbol sala, también ha sufrido esa amnesia, actualmente casi de un modo permanente. Esperaremos que el tiempo reactive neuronas, facilite la sinapsis y reactive, ya no digo este deporte, que lo veo casi milagroso, sino, simplemente, el sentido común. Una pena.
