El encarcelamiento cautelar (y más tarde su libertad vigilada) del controvertido Santos Cerdán (principal muñidor de la trama de corrupción que agobia al presidente Sánchez; la pertinaz e insaciable postura del fugado Puigdemont; la condena por el Tribunal Supremo del Fiscal General del Estado García Ortiz (que ya piensa en su amnistía por el presidente del TC, Pumpido), el reciente ingreso en prisión de Koldo y de Abalos, más las imputaciones que pesan sobre sobre su entorno más próximo (su hermano David, la fontanera Leire Díez y la de su propia esposa Begoña Gómez, entre otros, y los peligrosos senderos de investigación todavía en marcha por la Justicia y la UCO, parece que hubieran colmatado ya la burbuja en la que Pedro Sánchez, presidente del Gobierno, se refugió aquellos singulares “días de reflexión” que le tuvieron realmente atribulado y sumergido en una dolorosa inquietud que dio como resultado, no la decisión que casi todo el mundo intuía –dimisión y nuevas elecciones- sino un “me quedo” y su espantada hacia una burbuja-refugio que no ha dejado de engordar desde entonces. Tan es así que hay quien piensa en una explosión más pronto que tarde (según la prisa que se dé la Justicia en evaluar y juzgar los hechos que van apareciendo y que pondrían a este país patas arriba y en una situación de casi imposible reconducción) que hiciera posible coser sus reventadas costuras.
A juzgar por los procedimientos en marcha (y los ya fallados pendientes de ejecución) viene siendo temeroso para algunos un resultado de tales investigaciones que afecte a las altas esferas del Gobierno, hacia donde apuntan las conductas desviadas que se investigan. Sobre todo para quien tendría en sus espaldas la mayor responsabilidad de esas situaciones a que dieron lugar conductas oprobiosas que la clase política decente (y la opinión pública, la mayoría silenciosa, que no sumisa) califica de insoportables. La precipitación de los hechos y la asonada repercusión política y penal de algunas conductas y decisiones que alumbran torcidas formas de ejemplaridad que se vienen descubriendo cada día es lógico que vayan minando los ánimos de quienes se ven salpicados por esos lodos, como alguien acuñó un mal día. Es necesario, supongo, que por suficientemente aireadas no volver a enumerar detalladamente las inmundicias que suponen los casos de corrupción y golfería que afloran con más frecuencia de lo que al partido del Gobierno le gustaría. Por mucho apoyo que parezca encontrar en el fondo de sus coaliciones bastardas donde hubo más cálculo de intereses personales y mayor afán de supervivencia política que convicción auténtica.
En realidad, ante un panorama así también es cierto que nadie sabe a ciencia cierta ni cuánto durará la agonía que se intuye ni cuáles son las estrategias de supervivencia del Gobierno para salvar la situación lamentable, acrecentada ahora su incertidumbre dados los recortes que ha de sufrir con varios ministros liderando candidaturas autonómicas pendientes y las próximas convocatorias hacia las urnas. Si a eso se une el estado de ansiedad y depresión que refleja el rostro del presidente Sánchez (por mucho que encubra el maquillaje y su estilo propio) el futuro no indica nada bueno… Por tanto es lógico suponer que la situación no pasa desapercibida para la oposición que, por encima de cual pueda ser el resultado que se produzca tras la explosión de la burbuja-refugio de Sánchez, se apresuran a atar cabos para recoger el testigo de la gobernabilidad y reconducción de este país. Lo que ni ha de ser cosa fácil ni estaría tampoco clara la recomposición de una presunta nueva etapa donde imperarán las agresiones, las desavenencias, las ambiciones y, sobre todo, los arriesgados pactos de gobierno, que conducirán obviamente a formaciones y políticas diferentes que puedan conducir a un cierto estado de bienestar político y social ahora secuestrados.
De momento lo que parece claro es que la burbuja-refugio de Sánchez puede explotar en cualquier momento dado que los soplos huracanados derivados de la situación en la que se han pisado líneas rojas de la Constitución y alterados algunas normas que pautaban nuestro Estado de Derecho. Y que, reconducido todo eso, de los pedazos descompuestos vuelva a poder a brillar el sol.
