El documento de la Concordia de Segovia fue preparado por el Cardenal Mendoza, firme defensor de los derechos de Isabel, y por el Arzobispo Alfonso Carrillo, inicialmente partidario de la reina, que ya daba síntomas de buscar nuevos vientos. Fue firmado por los reyes, por Mendoza y Carrillo, y por algunos nobles más. Se trataba de la conformación de un poderoso partido en torno a Isabel y Fernando, que se preparaba para la guerra civil, ya en ciernes, con los partidarios de Juana, quien se desposaba en Plasencia con su tío Alfonso V de Portugal el 25 de mayo de 1475 – cuatro meses después de la Concordia-. La guerra estaba servida, y las idas y venidas de los bandos pueden quedar perfectamente explicadas por el hecho de que los dos redactores de la Concordia, Mendoza y Carrillo, se enfrentarían ala contra ala junto a las frías aguas del Duero el 1 de marzo de 1476, en las cercanías de Toro. Mendoza en el bando de Isabel, y Carrillo en el de Juana y Alfonso V.
La boda en Valladolid de Isabel y Fernando el 19 de octubre de 1469; la proclamación en Segovia de Isabel como reina el 13 de diciembre de 1474; la Concordia de Segovia de 15 de enero de 1475; y la batalla de Toro de 1 de marzo de 1476, son las cuatros hojas de un trébol prodigioso que floreciera en las tierras de la antigua Hispania en un septenio mágico iluminador de la concreción definitiva de una gran nación: España. Pero, sin refugiarme en ninguna ucronía, no quisiera cerrar este trabajo sin poner de manifiesto que, de todos estos acontecimientos, el más importante es el de la Concordia de Segovia. Sin esta, y dada una hipotética repetición de lo ocurrido entre Urraca y “El Batallador” tres siglos y medio antes, la boda y la proclamación como reina de Isabel podrían haber quedado en el terreno de la anécdota. La Concordia fue el eslabón que dio cuerpo a los dos primeros hechos. Y, la batalla de Toro, de altísimo valor estratégico al perder Alfonso V de Portugal la voluntad de vencer, hecho político muy superior al resultado táctico de empate, fue una consecuencia de la concreción del partido que apoyó a Isabel y Fernando, tras el acuerdo entre ellos.
Hoy, el eslabón principal de esta cadena crucial en la historia de España que es la Concordia de Segovia, ha sido relegado a un cajón desvencijado que rumia una sufrida indiferencia en ese altillo al que nunca vamos. Parece que lo español no vende últimamente en España, no arrastra, no aglutina, no mueve. Renuncio aquí a escudriñar las causas, aunque las intuyo. Estamos en época de localismos en grado diverso. Nuestros hijos, si estudian en Madrid, pueden partirse el cerebro asimilando los kilómetros que el rio Tajo regala a esta Comunidad. Nada de dónde viene, ni si pasa por Extremadura, o por Portugal, o qué hay al otro lado del Océano. Y si estudian en Castilla y León, tampoco sabrán de la existencia de Fernando el Católico. Lo digo, no como ejercicio mental etéreo, sino con conocimiento de causa. Y de la existencia de Isabel nada conocerán en Aragón, que tanto monta. Y los que nos consideramos españoles primero, y españoles después, aparte de nuestro inalienable amor por el terruño donde nacimos o vivimos, que siempre será, nos quedamos sin poder explicarnos de dónde venimos, o el porqué de España. De seguir así, en unos años la nación española será un fósil de la historia. Puede que sea lo que se está buscando, aunque aún me queda un hilo de voluntad que se resiste a creerlo. En todo caso, no puede ser o, más bien, no debería ser.
Tenemos que celebrar como se merece la efemérides de la Concordia de Segovia. Si para el próximo 15 de enero no diese tiempo una “pomposa” preparación –siempre he pensado que en el mundo de los mayores todo es cuestión de voluntad-, podría ser bueno recordarla al menos a nivel institucional y académico, en ese año 26 y siguientes. Y desde luego, para el 555 aniversario, cifra emblemática, no queda excusa alguna de premura de tiempo o de presupuestos para darle al hecho histórico y a la ciudad de Segovia, y a España, la relevancia a nivel nacional e incluso internacional que tan magno acontecimiento requiere.